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¡Tapen el maldito agujero!


La impotencia del hombre que dirige la nación más poderosa del mundo, con recursos suficientes para afrontar cualquier eventual desastre, no puede resumir mejor el sentir de la opinión pública mundial: “¡Tapen el maldito agujero!” gritó Obama a sus colaboradores más cercanos viendo que el tiempo pasa y que cada día se derraman al mar cientos de miles de litros de petróleo. Actualmente se estima que entre 70 y 110 millones de litros se han mezclado ya con nuestro querido azul desde el 20 de abril, cuando se registró la explosión que fue seguida del hundimiento de la plataforma de BP en el Golfo de México. Nadie sabe exactamente cuántos litros son. Tampoco saben cómo parar esta sangría a 1.500 metros de profundidad. Todos los intentos han fracasado.

BP ha anunciado que la marea negra le ha costado hasta ahora "unos 990 millones de dólares". Esta suma incluye, según la compañía, los intentos para contener y frenar el vertido, las perforaciones de emergencia, las ayudas a los Estados afectados y otros gastos federales. "Es demasiado pronto para cuantificar otros costes potenciales y responsabilidades (jurídicas) ligadas al incidente", declara BP. Mientras tanto, sus acciones en bolsa se van hundiendo, tanto como las esperanzas de ver un final rápido a esta crisis ambiental que dura ya casi dos meses. Probablemente se recordará como la mayor catástrofe ecológica de la historia. Pero lo triste es que ostentará ese nefasto record por poco tiempo.

Visto lo visto, hay que ponerse a temblar.
Si una de las mejores compañías operando frente a la primera potencia mundial, es decir, bajo la “atenta mirada” de los medios de comunicación más poderosos del mundo, con todos los sistemas tecnológicos de vanguardia disponibles, con los mejores ingenieros del planeta especializados en el sector, no es capaz ni de evitar ni de frenar semejante debacle ambiental, económica y social, Dios nos coja confesados si sucede en Irak, en Venezuela o en Nigeria.

Resulta milagroso que el mundo no haya saltado ya por los espacios siderales en mil pedazos. Si estamos en manos de semejante incompetencia y mediocridad mental no deberíamos permitirnos autoproclamarnos en la cúspide del desarrollo, por encima de otras civilizaciones anteriores.

Sí, es verdad que hemos inventado un montón de chismes. Pero a penas podemos manejarlos con algo de coherencia, y obtenemos más perjuicios que beneficios de nuestra propia tecnología. Es como si un niño listillo diseñara un estupendo tirachinas pero, careciendo de puntería y de sentido común, sólo lograra romper ventanas y atizar a los avisperos. Más le valdría volver a jugar a canicas.
Nunca antes en la historia de la humanidad se ha tenido esta falsa e infundada sensación de control sobre las fuerzas naturales y, por lo tanto, sobre nuestro destino, como la que tiene esta civilización única y globalizada.

Precisamente por eso, cada día que pasa es un milagro que sigamos vivos. Eso suponiendo que se le pueda llamar vida a lo que nos espera.


 
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