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Buceadores de diamantes



Los depósitos de diamantes más ricos del planeta se encuentran en Sudáfrica. Se formaron hace millones de años en las profundidades de la tierra donde simples fragmentos de carbón fueron transformados por enormes presiones y temperaturas en estos brillantes cristales tan codiciados por el ser humano desde los tiempos más remotos. A lo largo de millones de años estos diamantes fueron arrancados de la tierra por el río Orange quien los acabó depositando en el fondo del mar. Allí, enterrados bajo la grava y la arena, han permanecido durante miles de años. Para recuperarlos, unos auténticos lobos de mar, los buceadores de diamantes de Sudáfrica, se adentran en grietas, cuevas, galerías, remueven piedras, y con unas enormes aspiradoras van succionando literalmente todo el fondo marino para extraerlos.


La aridez de esas costas, la mala mar reinante en el Cabo de Buena Esperanza la mayor parte del año, y los propios procedimientos técnicos de extracción hacen que ser buceador de diamantes sea una de las profesiones más peligrosas del mundo. La densa niebla, los fuertes vientos y el oleaje mantienen los barcos en los puertos durante más de 300 días al año. No es pues un buen destino de buceo, salvo por la presencia del gran blanco. Irónicamente, los buceadores de diamantes dicen aprovechar los días de mala mar para hacer wind surf. Sin embargo, el sueño de hacerse rico encontrando un gran diamante permanece inalterable. Pero los problemas bajo el mar son aun mayores. Enormes piedras que se desprenden al remover el sustrato con la aspiradora, equipos deficientes, procedimientos de buceo peligrosos, y accidentes propios de la actividad como que la aspiradora te succione un brazo. También ellos mismos reconocen el daño que hacen al ecosistema marino, aunque dicen que se recupera rápidamente porque en realidad su actividad “reinicia el sistema” removiendo los nutrientes del fondo. De los corales que quedan atrapados en la aspiradora o rotos por el desprendimiento o movimiento de rocas no dicen nada.


Les parece una profesión atractiva ya que en ellos se siente latir el espíritu del aventurero y romántico del buscador de fortuna, no sujeto a un horario de trabajo ni limitado a las 4 paredes de una oficina, en contacto directo con la naturaleza y dependientes únicamente de sus propias destrezas y de la fuerza de los elementos. Sin embargo, como todo en estos tiempos, si lo analizamos desde la óptica de la economía, esta película de aventuras a todo color se convierte en un film carcelario en blanco y negro.


Antes los propios buceadores cribaban la grava a bordo de sus pequeños barcos. Gestionaban ellos mismos los diamantes que encontraban y los vendían en el mercado al precio que marcaba la oferta y la demanda. Hoy eso no es posible.


A pesar de los riesgos que corren, y de la dureza de su trabajo, los buceadores no son los dueños de los diamantes que consiguen extraer del fondo del mar. Las cribas a bordo se prohibieron porque muchos diamantes pasaban directamente de la cribadora a los bolsillos de los buzos. Ahora entregan los sacos llenos de grava a la concesionaria sudafricana que controla el comercio mundial de diamantes: De Beers. Los buceadores trabajan por un salario o a comisión sobre lo extraído, y tienen que esperar a que sus sacos de grava sean cribados y se les comunique cuántos diamantes había en ellos. La empresa no se fía de ellos, pero ellos deben de fiarse de la empresa ya que no ven los diamantes. Aun así, no hay quien se resista a quedarse con un diamante. Para llevarte un millón de rands a tu casa necesitas un maletín... o bien colocarte un diamante debajo de la lengua... Y después a cantar: waka waka ¡eh! ¡eh!.... porque esto es África.


 
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