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Sacrificios humanos






os antiguos mayas de la península del Yucatán, inconscientes de que su civilización iba a ser barrida por los acontecimientos históricos posteriores, ofrecían sacrificios humanos al dios de la lluvia Tláloc en el cenote Holtun. No sabemos, si como dicen algunos, podían hacer profecías a cerca del fin del mundo. Quizás no pudieron predecir su propio futuro, pero sí el nuestro. Algunos tremendistas sostienen que el fin del mundo será el sábado 22 de diciembre de 2012 siguiendo el calendario maya. Si no el fin del planeta tierra, al menos el fin de nuestra civilización tal como la conocemos. Lo positivo será que se acabará la maldita crisis, el paro y la obligación de pagar una hipoteca.


Aunque ya no lanzamos ofrendas humanas al fondo de los cenotes para contentar a los dioses mayas y esperar que nos manden la lluvia, seguimos sacrificando seres humanos en los altares de otros dioses tan despiadados, o más, que los mayas.


Millones de seres humanos son sacrificados para que nuestra civilización continué beneficiando a una pequeña parte de privilegiados. Algunos más privilegiados que otros. Algunos más parasitarios que otros.


Sin embargo, nuestro sacerdotes y chamanes actuales, la comunidad científica, advierte de que estos sacrificios humanos no nos valdrán de nada si no cambiamos nuestro estilo de vida.
Al menos eso se desprende de las "terrorificas" conclusiones a las que ha llegado un grupo de expertos a nivel mundial reunidos recientemente en la Universidad de Oxford para estudiar el estado de los océanos.


Nos enfrentamos a un periodo de extinción masiva. Se refieren a la vida en los océanos, pero la vida en el planeta depende de éstos. Además, el panorama en tierra firme no es mejor. No sólo puede que nos quedemos sin agua potable, sino que nuestros alimentos son cada vez más tóxicos, y la misma radiación solar se vuelve peligrosa por momentos.


El nivel del mar amenaza con tragarse gran parte de nuestras ciudades costeras, donde se concentran los mayores núcleos de población del planeta. La radioactividad, como hemos visto recientemente con el espanto de Fukishima, puede viajar libremente desde Japón hasta EE. UU. y llegar hasta el Viejo Continente, afectando al agua que bebemos, a la leche, a los vegetales, a la carne, al pescado...


Los recursos naturales se agotan y la paciencia del planeta también. El aumento de temperatura ya no es una anécdota estadística sino una seria tendencia, pero seguimos emitiendo el mismo CO2, o más, a la atmósfera. Las llamadas economías emergentes van a apuntillar lo que nosotros comenzamos hace un siglo.


Por si fuera poco, nos reproducimos como una plaga y la superpoblación será el principal problema al que nos enfrentaremos en unas décadas, no sólo por el número sino por la los desequilibrios de esa población, extremadamente envejecida en unas partes y extremadamente joven en otras.


Podría seguir enunciando amenazas hasta terminar este artículo. Sin embargo, volvamos a los sacrificios.
El sacrificio individual y voluntario de ciertas comodidades y privilegios es lo que nuestro planeta demanda urgentemente. Pero ¿que sucederá si, como es más que probable, los que más tienen son los menos dispuestos al sacrificio?
Eso es como si los sacerdotes mayas pidieran a su emperador que fuera él el que se tirara al cenote para agradar a los dioses.
Ningún arqueólogo, que yo sepa, ha encontrado jamás los restos de un cacique o de un sacerdote entre los sacrificios ofrecidos a los dioses.




 
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