Corazón o estómago
Cuando los fríos e inexpresivos ojos de un tiburón nos miran intuimos que está observando si existe alguna posibilidad de alimentarse con nosotros. Es posible que para ellos los seres se dividan en comestibles y no comestibles. Incapaces de admirar la belleza de los fondos marinos, éstos sí lo son para ellos una especie de self-service donde azar e instinto confeccionan el menœ del día.

Así son los peces, unas criaturas cuyo alma se sitúa en el estómago y que son incapaces, por tanto, de admirar su propia belleza o la del mágico mundo que les rodea. Por eso, parece que los peces están ahí para que nosotros los veamos alimentarse, reproducirse y nadar en bancos o solitarios. Ellos se están alimentando, pero a nuestros ojos les parece que danzan para deleitarnos. Sus cuerpos son funcionales tanto en formas como en coloridos, pero nuestra imaginación vuela con ellos formando cuadros de extraña luminosidad y belleza.

Lejos de poseer una naturaleza angélica, nosotros también necesitamos comer así que, para poder apreciar tanta maravilla, de vez en cuando tenemos que comernos uno de esos danzarines. Algo parecido les sucede a los cuadros de un pintor: aunque todos son hijos de sus sueños y visiones, muy a su pesar de vez en cuando tiene que vender alguno para transformarlo en comida y poder seguir pintando.

Esto sería lo natural. Sin embargo, algunos seres de nuestra especie ven a los peces con los mismos ojos de plato que ellos nos ven a nosotros. Se distinguen entre especies rentables y no rentables. Y lo hacen con todo lo que tocan puesto que son incapaces de trasladar su alma del estómago al corazón. Son depredadores universales y lo mismo eliminan peces que árboles, avestruces, incluso personas...

La cuestión es que los peces, por lo menos, tienen sus limitaciones: no comen cualquier cosa y son devorados por sus depredadores naturales. Pero la codicia humana tiene pocos límites y la ciencia está colaborando para que cada vez sean menos.

Somos los únicos seres del planeta capaces de criar, alimentar y cuidar a otras especies para, acto seguido, comérnoslas. Qué pensaríamos de unos alienígenas que nos obligaran a fecundar a nuestras mujeres para que una vez dieran a luz a un hermoso niño lo cebaran unos meses y se lo comieran con patas y guisantes mientras que con la leche que ella tiene para amamantarlo se hacen unos estupendos helados. Bueno, es lo que hacemos con vacas y ovejas desde hace miles de años. Ahora les ha tocado el turno a los peces. Los vamos a criar en granjas o jaulas, los vamos a engordar y a defender de sus depredadores y enfermedades, para luego comérnoslos en un chiringuito frente al mar que nunca disfrutaron. A ellos les va a dar lo mismo. Vivir alimentados puede que incluso les resulte más agradable que pasar hambre o estresarse con sus depredadores. Y como no pueden hacerse preguntas filosóficas sobre su existencia no se espantarán pensando que terminarán en un horno partidos por la mitad.

El problema es saber si a nosotros nos afectarán en algo estas prácticas y se nos acabará formando la misma mirada fría e inexpresiva del tiburón. Puede que dejemos de sentir con el corazón para hacerlo sólo con el estómago. No olvidemos que "de lo que se come se cría".

Javier Salaberria


 
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