Después de un año turbulento
y de los más lluviosos que recuerdo, marzo nos ha dado cuartel
y el astro rey se asoma poderoso por el Cantábrico despertando
a la naturaleza dormida que se despereza reverdeciendo y perfumando
el frescor del aire. Pero el General Invierno se resiste a dejarnos
del todo y ha batido con todas sus fuerzas las frías aguas
del océano que rompen coléricas en los acantilados
y arrastran las arenas de las playas. Así que, a pesar de
que la sangre comienza a hervirnos y a pedirnos una zambullida,
el salitre ha invadido la costa llegando a reducir el brillo del
sol recordándonos a todos que, pase lo que pase en nuestro
loco mundo, en el mar todavía es invierno.
Esta mágica transición de témporas que aviva
a los vástagos, también ha llegado para uno muy especial.
Ziad cumple cinco meses en esta extraña y fascinante realidad
que es la vida. Comienza a dejar de ser un bebe unido aún
más al otro mundo que a este. Los ángeles ya no serán
para él compañía habitual porque han terminado
de enseñarle todo lo que debe saber para observar y comprender
lo que le pasa alrededor. Según se desarrollan sus cinco
sentidos, será consciente de sí mismo y dejará
de verlos, como ocurre con los adultos. Poco a poco comienza a observar,
a reconocer, y su personalidad de niño está asomando
y reclamando un lugar. Así que decidí celebrarlo llevándole
por vez primera a la playa para presentarlo ante el mar. Me descalcé,
me arremangué los vaqueros, me coloqué su mochila
para sentarlo con su espaldita contra mi pecho, y nos fuimos los
dos a pasear por la orilla. El mar estaba tan furioso que de las
decenas de personas que tomaban el sol en la playa pocas eran las
que se atrevían a acercarse a la orilla. En el horizonte
se veían muros de agua que competían en altura penetrando
por la barra de la bahía. Cascadas de espuma cubrían
rocas y paredes, y saladas explosiones acababan invadiendo el paseo,
cubriéndolo por completo. Un grupo de transeúntes
observaban el espectáculo desde una posición elevada
que no se libraba de empaparse de vez en cuando.
En la orilla, la resaca acercaba y alejaba el mar varias decenas
de metros. Las olas eran truenos que se transformaban en planchas
de corriente cortándome los pies con su frío desliz,
chocando con mis tobillos hasta salpicarme las rodillas. En sus
violentas retiradas trataban de arrastrarnos arrebatándonos,
en la lucha, la arena bajo mis pies. Esperaba el llanto asustado
de mi hijo en cualquier momento, pero él estaba absorto contemplando
el espectáculo. Lleva en su sangre la extraña mezcla
de dos familias que durante generaciones han vivido de la mar, junto
a ella, y que, en cierto modo, aún siguen haciéndolo.
Quizás por ello, este fue un reencuentro esperado o una visión
de su propio destino.
El bautismo de salitre para sus pulmones, que despertó un
amor latente, dejó sus ojos abiertos como dos grandes estrellas
negras. Expresaban tanto asombro y admiración por lo que
estaban presenciando que comenzabas a comprender el origen de los
mitos.
Después subimos hacia el secano y jugó con la arena.
Notó su cosquilleo, su templado tacto rugoso, y tomó
el primer puñado de aquella rara materia, siempre misteriosa,
mezcla de restos de seres vivos y rocas pulverizadas por fuerzas
titánicas. Trató de probar su sabor, pero tuve que
obligarle a confiar en mi criterio y se lo impedí. Le molestó
bastante y berreó, así que dimos por finalizada nuestra
aventura iniciática.
Estaba colocándome las sandalias, cuando descubrí
algo en las plantas de mis pies que desde hacía treinta años
no había visto. Eran varios pegotes de galipote que habían
vivido una odisea para llegar hasta allí. Pensé en
buscar un folio y fijar mi huella como recuerdo de aquella jornada,
de todos estos meses, y suscribir con una leyenda para Ziad: algún
día, todo esto será tuyo. Pero al final traté
de recordar dónde guardaba la botella de aguarrás
porque, si no, iba a poner perdidas las sandalias, las baldosas
y la bañera de casa. Afortunadamente para mi, el niño
estaba limpio y todavía es muy pequeño para poder
hacer preguntas.
Javier Salaberria
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