Energías renovadas
Las vacaciones tienen por objeto una renovación energética; recargar las pilas para volver a nuestra particular Matrix llamada técnicamente cadena de producción y consumo. Pero las vacaciones no suponen desconexión alguna del sistema sino una ritualizada fórmula para su fortalecimiento y viabilidad. En fin, aceptemos que, al menos para la mayoría de nosotros, suponen un importante aliviadero de tensiones y, sobre todo y por encima de todo, la oportunidad de volver a encontrarnos con el mar. Aún sabiendo que es una sensación pasajera, volveremos a sentirnos libres y grandiosos en sus profundidades. Quizás por eso mismo, porque son momentos fugaces, escasos y exquisitos, los apreciamos más que nada en el mundo. No era de las vacaciones sino de las energías renovables de lo que quería escribir, pero es que uno tiene la mente en otras plazas y el alma escurridiza se cuela entre las hojas de las revistas promocionales que circulan por la redacción: tanto escribir de buceo y no probar el agua es un nuevo tipo de suplicio digno de los torturadores de la inquisición.

Uno de los temas cruciales a los que se enfrenta la humanidad es el del aprovechamiento de los recursos naturales del planeta sin ocasionar un colapso ecológico a gran escala. Una de las claves en este asunto lo van a jugar las llamadas energías limpias: la energía solar y la eólica principalmente. Sin embargo no creo que la raíz del problema sea tanto el tipo de energía que utilicemos como unos valores obsoletos que proceden de la mentalidad capitalista de finales del siglo XIX, que permanecen inalterados y mucho más nocivos gracias al descomunal desarrollo tecnológico alcanzado en el siglo XX.

Los recursos naturales, la biodiversidad, el clima, la capa de ozono, los arrecifes o la selva tropical, son patrimonio de la humanidad, y ni un gobierno bananero ni una corporación internacional con patente de corso pueden privatizarlos, lo que significa privarlos, en contra de las futuras generaciones. No sólo es una conducta inmoral, que obtiene riqueza a costa del empobrecimiento ajeno, sino que es del todo ilegal, ya que no hay título ni derecho de propiedad en legislación alguna, sea la época que sea, sea la civilización o cultura que sea, que se sustente sobre los bienes comunes.

Al legislador romano jamás se le ocurrió que la actividad de un ciudadano, su ánimo de lucro, pudiera poner en peligro los acuíferos de la capital imperial, pero si pensó en los derechos de servidumbre de paso para que nadie se apropiara de la necesidad de circular por las calzadas.
Pues bien, hoy el mundo se ha hecho tan pequeño que resulta más fácil de controlar que una provincia del Imperio Romano. Sin embargo las leyes civiles, mercantiles, penales y administrativas no han evolucionado mucho en su filosofía respecto a las que se promulgaban en la Roma del primer siglo de nuestra era.

Mucho me temo que si los mismos que hoy controlan el flujo del petróleo controlan en el futuro la producción eólica o solar de electricidad, contaminarán menos, pero de un modo u otro seguirán causando corrupción y miseria en el planeta.

La clave para desmontar esta inconmensurable mentira llamada progreso, que no hace sino encubrir el expolio de los recursos y de la riqueza mundial a manos de unas decenas de familias (y si uno viaja un poco con los ojos abiertos sabe de lo que estoy hablando), la clave digo, es acabar de una vez por todas con ese privilegio estúpidamente encumbrado por el capitalismo que es el ánimo de lucro. A cambio, y por el bien de nuestra descendencia, debemos introducir en nuestros ordenamientos el concepto de justicia en las transacciones y actividades económicas, y este término debe entenderse no sólo como una cuestión de reciprocidad entre las dos partes de un contrato, sino algo extensible al resto de la humanidad en cuanto pueda verse afectada por dicha transacción en el presente o en el futuro. Es justo que alguien cobre por su trabajo, por los frutos del mismo, pero no es justo que alguien se enriquezca especulando, manipulando, aprovechándose de circunstancias extraordinarias o cobrándonos el sol, el aire, el agua y el petróleo que no le pertenecen, o que se enriquezca a costa de poner en peligro nuestras vidas y la vida del planeta ahorrando esfuerzos y tecnología para proteger la atmósfera, los acuíferos, los océanos y todos los seres vivos que comparten con nosotros esta extraña y diminuta burbuja azul colgada en las entrañas del Infinito.


 

Javier Salaberria


 
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