Hace
25 años que desapareció una voz pionera y magistral
en el mundo de la ecología. Felix Rodríguez de la
Fuente no fue sólo un brillante comunicador, fue la conciencia
pública que hizo despertar el respeto por la naturaleza en
un país que, rodeado de tesoros naturales, no sentía
ningún interés por los animales salvo para cazarlos,
pescarlos o atormentarlos; no sentía ninguna admiración
por sus marismas salvo para desecarlas y urbanizarlas; y no encontraba
ningún placer en sus bosques salvo cuando sonaban las motosierras.
El único águila de la que se conocía algo era
la del escudo nacional, y las únicas reservas naturales eran
los cotos de caza a los que acudían los gerifaltes del régimen
a saciar sus ímpetus depredadores. Un país sumido
en la represión política, el desarrollismo salvaje,
la desertización del campo, el crecimiento descontrolado
de las ciudades, las invasiones bárbaras del turismo y el
aislamiento internacional: ¿cómo iba a preocuparse
por un tema tan secundario como el de los animalitos del bosque?
Sin embargo, en medio de ese panorama tan reaccionario a entender
o atender ni una sola palabra relacionada con el medio ambiente,
Felix supo golpearnos el corazón para llamar nuestra atención
sobre los demás compañeros de viaje, esos desconocidos
que al margen de nuestras miserias y glorias habían poblado
la península desde siempre y que corrían un grave
peligro por nuestro continuo acoso, en unos casos, y desinterés,
en otros. Muy pocos españoles habían visto cazar una
presa a un lobo o a un águila imperial pero, al mostrarlo,
Felix consiguió una importante alquimia: nos convirtió
en amantes de la naturaleza. Al igual que lo hiciera Cousteau con
los mares, Felix nos mostró el lado humano de la naturaleza,
nos educó en la importancia de cada especie para el frágil
equilibrio natural, nos despertó una vocación naturalista
y científica que sin duda alguna hizo que en España
se empezaran a valorar los espacios naturales como algo más
que lugares de explotación sistemática de recursos.
Sin duda debemos estarle agradecidos por ello porque nos devolvió
un elemento fundamental para sobrevivir en este planeta, nuestra
capacidad para dialogar con el entorno sin agredirlo y destruirlo,
aprendiendo de él, mejorando nuestra propia condición
humana y dándole una dimensión universal.
La relación con los demás seres vivos del planeta
no tiene sólo un enfoque racional y científico. No
se trata únicamente de que la máquina de la vida funcione
correctamente, con equilibrio, para garantizar nuestra propia supervivencia.
Felix trataba de implicarnos emocionalmente porque la vida es apasionante
y es el universo de las emociones. Incluso aquellos que parecían
no tenerlas son capaces de sentir miedo, alegría, tristeza,
estrés...Por eso, más que documentales, sus programas
eran dramas, episodios de la vida mostrada como un relato de aventuras.
El cazador, la presa, los elementos, el paisaje, la esperanza, la
muerte o la supervivencia extrema, conformaban los elementos de
aquella obra maestra que se representaba día a día
en secreto, sin público, sin un guión determinado.
Felix supo llenar de público las gradas de ese teatro, evitando
así que los protagonistas y sus historias desaparecieran
para siempre. Pero lo más increíble de todo es que
no sólo se salvaron ellos, también se evitó
que perdiéramos una parte de nosotros mismos, de nuestra
identidad, de nuestra humanidad.
Sin embargo, vivimos en un mundo donde todavía
hay científicos dedicados a manipular genéticamente
un pez para que sea fluorescente o para que sea gigantesco, es decir,
para que sea un negocio redondo, sin importarles lo más mínimo
si eso puede tener consecuencias incontrolables y negativas en la
naturaleza. A pesar de los avances científicos parciales,
seguimos sin entender el conjunto, seguimos sin leer el libro y
sólo recitamos de memoria párrafos inconexos. Hablamos
como loros parlanchines, sin entender ni una palabra de lo que decimos.
Recuerdo a Felix abrazando a una nutria que había salvado
de una muerte segura. No lo hizo por intereses económicos,
políticos, culturales o sociales, lo hizo porque quería
a aquel animal y, en cierto modo, el animal lo debía saber
porque jugaba con él como si fuera su progenitor.
Planeta Azul fue la serie más extensa, no sólo
de la producción de Félix, sino de toda la historia
de TVE en el campo de la divulgación. Constaba de 153 programas,
emitidos entre octubre de 1970 y marzo de 1973, que se mantuvieron
entre los tres espacios de mayor audiencia de la primera etapa de
los años setenta. Su título era consecuencia de las
primeras descripciones del planeta hechas por los astronautas. El
hombre y la tierra se mantuvo a lo largo de 92 capítulos,
realizados entre 1974 y 1979, rompiendo todos los récords
de audiencia. Este programa fue seguido en más de 40 países
del mundo por unos 800 millones de personas.
Nada de esto hubiera sido lo mismo sin esa emoción, esa admiración
incondicional de Felix hacia sus amigos, los animales.
Javier Salaberria
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