El perro del hortelano


Cerramos el año bien servidos. Todavía estábamos conteniendo la respiración con Rita mientras valorábamos los daños de Katrina y nos visitó Wilma destrozándonos, entre otras cosas, las posibilidades de bucear durante una buena temporada en uno de los paraísos del buceo, Cozumel, y dejando tocados otros lugares del Caribe. El año pasado lo despedíamos con un gigantesco tsunami, esperemos que este no lo hagamos con un meteorito o un desastre nuclear, porque por faltar es lo único que falta. Hasta los pollos ya son enemigos de la humanidad. Por si fuera poco, y como si no hubiera cosas mejores en las que ocuparse, los pescadores deciden bloquear los puertos para reclamar ayudas ante la carestía del gasóleo. Ver las pescaderías sin un triste boquerón y echando mano a sus reservas de congelado y de salazón parecía un espectáculo salido de la ciencia ficción ecologista. Pescado no faltará en el futuro gracias a las piscifactorías, al menos eso parece. Pero, como ya he dicho en otras ocasiones, puede que lo que se extingan sean los pescadores. Además, como sigan bloqueando puertos, puede que los extingan a porrazos, ya que no se entiende muy bien eso de resolver problemas creando otros nuevos. Eso pertenece a la filosofía del perro del hortelano, que ni come ni deja comer. Puestos a reivindicar, podrían también hacer acciones más contundentes contra todos los que pesquen con artes ilegales, contra los furtivos, contra los buques que limpian ilegalmente sus depósitos, contra las agresiones al litoral, etc.

El caso es que aquí, y en casi todo el mundo, sólo nos movilizamos cuando nos tocan la moral, es decir, el bolsillo. Por eso, de repente, un ecologista de toda la vida va y te suelta que el proyecto de macro-planta de tratamiento de pescado, que va a cargarse una de las mejores zonas de inmersión del País Vasco, está justificado, ya que los pescadores son un colectivo muy castigado y este proyecto les da una esperanza laboral que la mar ya no les ofrece: “Hay que ser ecologista consecuente”. Sí señor, esto es sentido de la oportunidad política: “donde dije digo, digo Diego”. Pero oiga usted, si nadie dice que no la hagan. Lo que se dice es que no la hagan en la falda del Ratón de Getaria, lanzando toneladas de cemento sobre uno de los ecosistemas más ricos del Cantábrico. La pueden ubicar en otro lugar menos emblemático ¿no?.

No se verán surfistas en esta reivindicación de buceadores como no se verían buceadores protestando por la desaparición de la famosa ola de Mundaka. La principal hipótesis que podría explicar la desaparición de la famosa ola izquierda de Mundaka es los dragados de arena que se han realizado en la ría con objeto de facilitar la salida al mar de los barcos del astillero de Murueta. Estos dragados, que culminaron con los 243.000 metros cúbicos extraídos en 2003, acompañados del vertido de esta arena en una zona de antiguas dunas en restauración, han provocado un cambio en el ecosistema, y la desaparición de la famosa ola. “¿Pero a quién le importa una ola, cuando vemos personas desgarradas en una valla como en tiempos de la esclavitud?” me dice mi amigo ecologista.

Los buceadores tenemos acceso a un libro abierto a pocos privilegiados donde se nos cuentan historias increíbles de distinto colorido y profundidad, nunca mejor dicho. Estas historias, además de su belleza externa, guardan un amplio código de significados para la mente despierta. Quizás, el hilo conductor de todas estas historias, muchas de ellas expuestas a lo largo de 60 números en BUCEO XXI, es que existe un frágil equilibrio entre la vida y la muerte, entre la riqueza y la pobreza, entre la diversidad y el desierto. Otro denominador común de todas estas metáforas es que no hay ningún ser en este planeta que pueda sobrevivir aislado del resto e independiente de los acontecimientos que le rodean, y que cualquier situación puede alterar de modo directo o indirecto a una comunidad vital. Si algo hemos aprendido de nuestro viaje por los fondos marinos es que la vida es tan bella y variada como frágil e interdependiente, y que es el ser humano uno de los factores más desequilibrante en cualquiera de los sistemas donde interactúa. Pero esto no siempre ha sido así, probablemente porque antes sabíamos leer mejor el Libro de la Vida y aprendíamos mejor de sus metáforas. Estoy seguro que si mi amigo se pusiera una gafas, un tubo y unas aletas y me acompañara a bucear en la zona que piensan arrasar, entendería por qué es importante algo tan efímero como un pulpo, una langosta o una ola. Porque nosotros también somos efímeros e insignificantes y sin embargo nos creemos con la superioridad de poder modificar el entorno para nuestro provecho.

Un huracán; eso sí que tiene poder para modificar el entorno. De nosotros se espera algo más. De nosotros se espera que seamos capaces de entender la ecuación para resolver el problema.


 

Javier Salaberria


 
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