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Muerte y resurrección


Escribir y vivir rodeado de mar es una garantía para no aburrirse nunca. Todos los días nos sorprende el azul con algo nuevo, a pesar de que parezca aparentemente inamovible, infinito y eterno.

Quizás esa sensación y el silencio que encierran las profundidades hayan sido la inspiración de unos sepultureros que hacen reposar los restos de algunos privilegiados en un cementerio submarino en medio de Cayo Vizcaíno. Aunque más espectacular sería que, al igual que algunos budistas tibetanos arrojan los cadáveres a los buitres, la nueva ceremonia pagana incluyera la posibilidad de arrojar los restos al los tiburones en vez de incinerarlos y meterlos en una urna. También se estaría contribuyendo al mantenimiento de la vida del arrecife y, de paso, se evitaría aumentar el CO2 de la atmósfera. Yo creo que, además, como metáfora de “inmortalidad” la de alimentar a otro ser vivo me parece más plausible, ya que tus células formarían parte de la cadena trófica universal mientras hubiera presas y depredadores. De hecho, ese era el final de los que morían en los buques de hace un siglo cuando aun no había congeladores. Creo que sobre el tema de la muerte aún no hemos querido llegar al fondo de la cuestión y por eso estamos improvisando: cenizas esparcidas a los cuatro vientos o por una japonesa que explota en el cielo nocturno estrellado; hibernación para ver si nos resucitan dentro de unos siglos o nos clonan y nos reinstauran la memoria con un “discomemory”; ataúdes en forma de botella de cerveza o de Cadillac.; cenizas transportadas al espacio por un cohete. Estoy esperando a que alguien ponga un negocio de momificación. Me extraña que nadie lo haya hecho todavía. No en plan momia de Tutankamon, sino en plan momia de Lenin, que lleva exhibiéndose en su vitrina más de 74 años. Creo que la de taxidermista podría ser entonces una profesión de futuro, ahora que anda de capa caída dado que los tiempos de los trofeos de caza pasaron a mejor gloria. Serían el complemento o colofón ideal de Corporación Dermoestética: primero, mientras vives, te estiran la piel, te cosen el pelo o te depilan con láser, te llenan de silicona o te vacían de grasas y michelines. Después, una vez muerto, embalsamarían su propia creación para poder exponerla como un maniquí perfecto.

Pero si la inmersión eterna en el Neptuno Memorial Reef es como mínimo “friki”, la resurrección de los fondos de Carnota tras el desastre Prestige prueba que hay vida después de la muerte. Todos recordamos con horror aquellas imágenes del viscoso, pegajoso y maloliente chapapote invadiendo playas, rocas, fondos marinos… Sin embargo, no hay mal que por bien no venga. Ahora parece ser que, como no quedaba otra, los pescadores y mariscadores de la zona se han espabilado y han comenzado a verificar que “mar contento, producción en aumento”. Así los percebes son hermosotes, las nécoras resplandecientes y hasta las lubinas han decidido repoblar la zona. Eso si, no faltan los nostálgicos de la dinamita que en cuanto ven que algo se mueve en el fondo quieren dejarlo seco. Afortunadamente todos se han puesto las pilas y han comenzado a vigilar su tesoro más que la criatura Golum al anillo único del señor de los Anillos.

Michael Aw nos dice en la entrevista de este número que hasta que no quede un pez en el agua los economistas no entenderán que los recursos naturales son limitados y que la conservación debe estar obligatoriamente en la ecuación económica o la quiebra será inevitable. A lo mejor deberíamos esconder algunos peces antes de que se den cuenta porque luego ya no habrá remedio.

 

Javier Salaberria


 
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