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Héroes del “Enviudador”


De t odos los buques que han surcado los mares sin duda alguna el submarino soviético K-19 ha sido uno de los más desgraciados y gafes. Su historia se hizo popular cuando fue llevada a las pantallas de cine en 2002 por la directora norteamericana Kathryn Bigelow, con Harrison Ford y Liam Neeson encabezando el reparto. Se tituló “K-19: The Widowmaker (El Enviudador)”, apodo otorgado por los americanos al fantasmagórico submarino soviético. Los marineros rusos lo llamaban “Hiroshima”, no sin cierta ironía, ya que sin necesidad de estallar casi causa más muertos que la bomba lanzada contra esa ciudad japonesa. A punto estuvo el mundo de saltar por los aires si no fuera por la valentía, inteligencia y heroísmo de sus mandos y tripulación.


El 4 de julio de 1961 el capitán de navío Nikolai Zateyev se enfrenta a una emergencia que amenaza con romper el frágil equilibrio mundial y debe decidir en solitario ya que al tener la radio estropeada y encontrarse en la mitad de atlántico está completamente incomunicado y sin posibilidad de ser socorrido.


Había que hacer algo: Zateyev se reúne con su oficial ejecutivo Vladimir Yeniny los demás ingenieros y oficiales y comprenden que, de no inyectar agua de inmediato para refrigerar el reactor, todo está perdido. Hay que soldar una tubería nueva y conducir el agua desde los tanques de lastre hasta el reactor, y hay que hacerlo ya. La misión es suicida, y todos lo saben. Durante muchas horas los voluntarios del K-19 ofrecen sus vidas para alcanzar la salvación de sus compañeros: en un ambiente surrealista: el vapor tiene un color verde limón y el agua derramada por el piso de la sala de reactores brilla con un fantasmagórico resplandor azul. El sistema de ventilación del submarino esparce por todas partes la radiación liberada al abrir la puerta del compartimiento de reactores, y los 139 hombres están cada vez más cerca de una horrible muerte por enfermedad radioactiva. Tras más de más de cuatro horas de trabajo en el reactor, la tripulación sabe que los 8 hombres que efectuaron la nueva conexión hidráulica están irremisiblemente condenados. Quemados, deformados, vomitando en forma continua espuma verde-amarillenta, los valientes héroes se han sacrificado para salvar las vidas de sus 131 compañeros y superiores. Sin embargo, los niveles de radiación en los demás compartimientos son muy altos. Si bien el reactor comienza a enfriarse por efecto de la recién lograda inyección de agua, Zateyev comprende que es necesario evacuar la nave antes de que todos los demás sigan el camino de los ocho mártires. Pone proa al sur, donde supone que hay otros submarinos soviéticos, pero no los encuentra. Desesperado, decide regresar al puerto de origen, a pesar de que lo separan de él nada menos que 1500 millas. Un sencillo cálculo le demuestra que, con los niveles de radiación en el interior del K-19, ninguno de ellos llegará con vida a Rusia.


Es entonces cuando la Providencia interviene: poco después de virar al norte, una bengala verde destella en el horizonte. Es el saludo de una nave propia. Los 8 tripulantes que soldaron el caño de refrigeración murieron por sobredosis de radiación en cuestión de horas. Catorce más fallecieron de cánceres y leucemia en los dos años siguientes. Pasados 5 años, varios otros habían muerto por causa de la radiación y los 117 restantes sufrieron enfermedades en diversos grados, todas ellas atribuibles a la exposición a la radiactividad del reactor averiado. Todo lo que se encontraba a 700 metros a la redonda del dique seco donde se colocó al K-19 quedó contaminado y debió ser eliminado.


Pero el destino fatídico del submarino no terminó allí. El K-19 fue descontaminado y puesto nuevamente en servicio en 1964, tres años después del incidente, y navegó sin novedad hasta 1972, en que se produjo una pérdida de fluido hidráulico que provocó un incendio incontrolable. Esta vez murieron 28 tripulantes, todos horriblemente quemados. Durante sus misiones posteriores, el K-19 tuvo tiempo aún de incendiarse otras dos veces, aunque sin víctimas. Este verdadero terror flotante siguió navegando hasta ser retirado del servicio en 1991. Tres años después fue desguazado.


La historia del K-19 fue un secreto militar durante 28 años. Aunque algunos de los miembros de su tripulación fueron condecorados, el secreto obligó a que los motivos fueran voluntariamente oscurecidos por el estado comunista, y muchos de ellos descansan en sus tumbas sin indicaciones que recuerden su heroísmo y sus muertes insensatas.

 

Javier Salaberria


 
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