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Inmovilidad tónica



La fundación Protect The Sharks presentó en el último Ciclo Internacional de Cine Submarino de San Sebastián un increíble documental, de 14 minutos y sin demasiadas ambiciones estéticas, dirigido por Geert Droppers y presentado por Cristina Zenato que, enfundada en un traje de malla metálica, además de presentadora hacía las veces de domadora de tiburones. En el citado documental se pretendía demostrar -y se lograba- que la supuesta agresividad de los escualos contra los seres humanos es pura mitología popular, y que realmente conocemos muy poco de estos fascinantes animales. Un extracto del documental con comentarios al respecto podemos encontrarlo en: http://www.thebahamasweekly.com/publish/grand-bahama-bahamas/UNEXSO_Hosts_Protect_The_Sharks_Foundation-005293.shtml.

Cristina se aproxima a unos cuantos tiburones que se acercan a ella curiosos. Los acaricia sin mostrar ningún signo de excitación o temor, con gestos lentos y armoniosos. Algunos aceptan la invitación. Entonces la estimulación que produce en ellos esas caricias hace que los animales queden hipnotizados e inmóviles por espacio de varios minutos. Tanto es así que Cristina llega a quitarse el regulador y los besa con sus labios, desmintiendo también que la piel del tiburón sea áspera y desagradable como se decía. El efecto logrado en los animales es lo que se denomina como “inmovilidad tónica” y es consecuencia de una estimulación sensorial tan grande que les bloquea su capacidad de respuesta o los deja hipnotizados de placer.

Algo similar sucede cuando ponemos algunos animales como conejos, roedores, aves y reptiles, panza arriba. Pero de los peces nada se sabía y mucho menos de peces tan grandes como un tiburón de dos metros. Yo no se si se habrá probado esto con el gran blanco, pero sin duda cambia por completo la imagen que tenemos de estos llamados “devoradores de hombres”.

Otro estudio, del que también hablamos en este número 94 de BUCEO XXI nos descubre la capacidad de sufrimiento de los peces, lo que les dota de cierta cercanía que antes no tenían. En la película infantil de dibujos animados Hermano Oso -de la factoría Disney-, una cinta en la que todos los animales del bosque hablan (ardillas, arces, pájaros y por supuesto osos), el simpático osezno se dedica a cazar salmones y a comérselos sin ningún tipo de queja por parte de éstos ya que los peces eran los únicos animales no humanizados del film. En los créditos del final, en plan gracioso y como viene siendo habitual en las películas de dibujos animados de última generación se incluyen “tomas falsas” y un comentario que no deja de ser irónico: “no se han maltratado a los animales” (refiriéndose a los salmones). Pero yo creo que sí, que se ha menospreciado a los peces para no crear sentimientos confusos en los niños: No sería apropiado que un personaje de la película se devorara a otro mientras grita “socorro, auxilio, ay, ay, ay, ¡Dios mío, que me está comiendo!...”.

Bromas a parte, es cierto que durante siglos hemos visto a los peces como animales de segunda, quizás por su simplicidad aparente, por su inexpresividad, porque la mayoría de la población sólo los veía muertos en las pescaderías o, como mucho, dando vueltas tontamente en una pecera. No sabíamos nada de sus hábitats, comportamientos y formas de vida. Pero conforme nos hemos aproximado al mar y a sus habitantes, conforme hemos atravesado esa fina pero gigantesca frontera que separa el mundo aéreo del subacuático, hemos comenzado a mirar y a sentir esos mundos sumergidos de otro modo. Son mundos más cercanos, más interdependientes y más hermanados con el nuestro de lo que antaño creíamos, y probablemente descubramos aun mucho más.

Hay un secreto guardado durante siglos por todos aquellos que descansan en el reino de Neptuno: el futuro del mundo está escrito en el fondo de los mares.

 

 

Javier Salaberria


 
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