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Dakuwaga, el dios tiburón



Nuestro colaborador Chano Montelongo es un afortunado periodista que ha sabido sacar de esta profesión lo mejor que tiene, la ocasión que brinda de conocer mundo y personas. Como miembro de la Sociedad Geográfica Española ha participado recientemente en varias expediciones que a cualquiera de nosotros, sus colegas de profesión, nos afilan los colmillos de la envidia. Como buen cronista y coleccionista de historias que es, ha sabido ser fiel al una de las misiones de esta profesión: mostrarnos la vida para comprenderla mejor. La otra gran misión del periodismo está en suspenso hoy en día: ser un contrapoder que denuncie las conspiraciones y fraudes de los tiburones contra el resto del arrecife. Probablemente a los periodistas libres ya no les quede otra opción que dedicarse a ver mundo, porque ya los tiburones superan a los delfines también entre los periodistas.
En la última exposición de Chano, Tangaroa 2.0 Secretos del Mundo Profundo, nos hace una propuesta novedosa en el campo de la fotografía subacuática: unir la tradición oral de leyendas aborígenes a los protagonistas marinos fotografiados por su cámara.
Esta labor de coleccionista de historias acompañada por la de coleccionista de instantáneas recuerda mucho a la de los primeros geógrafos que completaban las descripciones de sus cuadernos de viaje con sus propias ilustraciones, bocetos y cartografías.
Abriendo el cuaderno de Montelongo encontraremos historias como esta leyenda polinesia sobre tiburones y pulpos gigantes:

Dakuwaga solía afilar sus dientes contra las rocas del arrecife produciendo un inquietante sonido que quebrantaba el solemne silencio nocturno de la isla de Vanua Levu. Dakuwaga era un monstruo marino, mitad dios, mitad tiburón, guardián de los arrecifes del archipiélago.
Un día, Masilaca, otro tiburón sagrado, le habló de la fuerza sobrenatural del guardián de la isla de Kadavu, Rogo-Tumu-Here. Sin pensarlo, el orgulloso y engreído guardián de los arrecifes se dirigió hasta los dominios de este misterioso ser. Le buscó entre los corales, dentro de las cavernas, en los veriles del fondo marino y no le halló... Pero, cuando se disponía a volver, oyó alboroto no muy lejos de aquellas aguas y se acercó a ver lo que sucedía. Allí, entre las paredes del arrecife se vio sorprendido por la monstruosa visión de la bestia que habitaba la costa de Kadavu, era un deforme pulpo gigante, que adoptaba figuras terroríficas y que destrozaba los corales con sus poderosos y gruesos tentáculos. Cuando la bestia vio a Dakuwaga se abalanzó contra él y el dios tiburón intentó esquivar la acometida con su legendaria velocidad, pero los tentáculos del monstruo fueron más rápido y le atenazaron. Sin posibilidad de defensa, asfixiado y a punto de perecer, Dakuwaga solicitó clemencia por su vida. Rogo-Tumu-Here le miró con su único ojo y le preguntó que le ofrecía por su vida. El guardián-tiburón le dijo que si le perdonaba la vida, jamás haría daño a la gente de Kadavu y que nunca podría en duda su legitimidad sobre estas costas de la isla. La bestia le liberó y Dakuwana cumplió su promesa.
Desde ese día, los habitantes de la isla de Kadavu no temen a los tiburones y no comen tiburón, ni pulpo, por respeto a sus dioses marinos

Gracias Chano por recordarnos que este mundo es mucho más antiguo y rico que la Bolsa de Nueva York, los contratos basura y el efecto invernadero. Gracias también por mostrarnos que no hemos sido nosotros los descubridores de lo importante que es respetar a todas las criaturas que pueblan los mares, las tierras y los cielos.

 

 

Javier Salaberria


 
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