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BIOLOGIA
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Un
sabroso y extraño pez naranja acabó en las cazuelas
de una cofradía de la Costa Brava antes de ser identificado |
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TEXTO & FOTOS: Manel Gazo
 Port
de la Selva, un puerto de la Costa Brava catalana, situado en el
Alt Empordà, al noreste de Catalunya, la noticia salta: Unos
pescadores capturan un pez de color naranja de 44 Kg. de peso y
1,12 metros de largo, que no puede ser identificado por nadie de
la Cofradía ni clasificado dentro de las especies conocidas
en la Costa Brava. Entre la duda y la sorpresa, los pescadores optan
por comérselo
El ejemplar había sido capturado a 40 millas de la costa
y a unos 1000 metros de profundidad por un barco de pesca de palangre
dedicado a la captura de besugos. El palangre es un arte de pesca
de anzuelo, y bien sea de fondo o de superficie (dependiendo de
las especies que se quiera capturar) consta de un cabo principal,
la línea madre, del que nacen otros secundarios más
cortos, las brazoladas, a los que siguen los sedales provistos de
los anzuelos. En el palangre de fondo la línea madre se cala
en el fondo del mar, a profundidades variables dependiendo de la
especie objetivo, pero puede sobrepasar los 1000 metros de profundidad.
Normalmente los anzuelos se ceban con trozos de sardina, jurel,
boga, pulpo o calamar.
En el caso que nos ocupa, el palangre había sido calado durante
la noche y se empezó a recoger al amanecer, hacia el final
de la recogida, un pez grande, de forma ovalada, color anaranjado
y manchas circulares blancas subía al barco enredado en la
línea madre. Pasados los primeros instantes, durante los
cuales los pescadores miraban con sorpresa el ejemplar que habían
capturado, después de darse cuenta que no reconocían
que especie de pez era, empezaron los comentarios y especulaciones
sobre el futuro de la pieza capturada ¿Cuánto pagarían
en la lonja? ¿Estaría protegido? ¿Sería
comestible?...
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Una vez llegados a puerto y colocado el ejemplar en la cámara
frigorífica de la lonja, la cosa no fue mejor, la identidad
del pez naranja-rosado no pudo ser descubierta y empezó el
juego de hipótesis. Se dijo que podía ser una Palometa
Roja (Beryx decadactylus), algún ejemplar de la familia de
los besugos (Espáridos) y hubo quien apuntó su parecido
a los peces luna (Mólidos). Incluso se llegó a bautizar
el ejemplar como especie nueva conjugando los nombres de la tripulación
que lo había capturado, pero nadie pudo dar con la identidad
verdadera del ejemplar.
Como características más pronunciadas, junto a la coloración
anaranjada que fue perdiendo brillantez pasadas unas horas, el ejemplar
presentaba aletas dorsales y laterales de color naranja más
intenso y una gran boca desprovista de dientes que daba consistencia
a la teoría de que se trataba de un animal que vivía
a mucha profundidad. No obstante, y sin la necesidad de contrastar
ninguna de las hipótesis formuladas, el animal fue cocinado
de inmediato.
El ejemplar en cuestión había sido capturado a 1000
metros de profundidad. Estas cotas, y la vida que en ellas se encuentra,
son inimaginables para los buceadores recreativos. La mayoría
de las veces buceamos dentro de la primera milla de la costa y a profundidades
no superiores a los 40-60 metros, una pequeña e insignificante
franja. Si miramos un mapa o una fotografía de nuestro país
desde el espacio, y queremos reconocer la zona por donde practicamos
nuestra actividad, veremos que se trata de una línea insignificante
comparándola con la extensión total de agua. Además,
si consideramos que el buceo nos permite descubrir otra dimensión:
la profundidad, veremos que por ahora, la mayoría de nosotros
sólo somos capaces de inspeccionar las primeras decenas de
metros.
El entorno pelágico, esa vasta extensión de los mares
y océano que comúnmente denominamos alta mar, es aún
hoy en día una de las zonas del planeta que puede depararnos
más sorpresas. Lejos del abasto de los submarinistas recreativos,
incluso sólo una pequeña porción del reino pelágico
es escudriñada por los investigadores, biólogos y oceanógrafos
que intentan descifrar el funcionamiento coordinado de la masa de
agua y sus habitantes. |
Volviendo con nuestro ejemplar, unos días más tarde,
la unidad de Zoología de la Universidad de Girona, identificaba
el animal capturado como un Luna Real. De esta manera se desvelaba
el misterio que envuelve, siempre, todos aquello animales de formas
y colores raros a los que no estamos acostumbrados a ver y de los
que sólo conocemos por encuentros o pescas fortuitas como la
relatada en este artículo.
El
Luna Real (Lampris guttatus) pertenece al orden de los lampridiformes
y es el único integrante de la familia lamprídidos.
Es un pez de cuerpo ovalado y comprimido, caracterizado por una cabeza
grande en la que destacan una boca muy pequeña, desprovista
de dientes y muy protráctil y ojos muy grandes. La boca protráctil
le permite alimentarse de cefalópodos, presa principal de su
dieta. El Luna Real es un pez cosmopolita. Ocupa, en principio, todos
los mares, salvo latitudes polares y es de hábitos pelágicos,
de ahí la rareza de poderlo avistar. Aunque no debe considerarse
una especie común en el mediterráneo, existen algunas
citas de capturas en artes de palangre y de arrastre bentónico
a lo largo del litoral español. El color general del cuerpo
es gris azulado por la parte dorsal y presenta numerosas manchas circulares
de color más claro. La parte ventral se caracteriza por una
coloración rojiza y más uniforme. Todas las aletas son
de color rojo ribeteadas de tonalidades claras. Puede medir hasta
18 metros y alcanzar los 250 Kg. de peso. Su biología
y ecología se desconocen casi completamente.
Su carne, que podría recordar a la del salmón por su
tonalidad rosada y textura, es muy rica en grasa y de sabor excelente,
según los expertos una de las más valoradas. Quizás
alguien en Port de la Selva si que sabía de que pez se trataba
... y de ahí las prisas en cocinarlo. |
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