La
historia empezó en 1982 cuando unos avispados ingenieros
quisieron aprovechar el agua que salía por esta fuente
para represarla, canalizarla, y no sé que más.
Con esta intención se pusieron en contacto con Miguel
y con su hijo para que hicieran una inmersión con el
fin de observar las características del terreno, etc.
Como
experimentados buceadores profesionales que eran, no pusieron
objeciones y no encontraron mayor dificultad. Un monobotella
cada uno, pues no iban a estar mucho tiempo, un octopus, traje
húmedo a pesar de las gélidas aguas, y cada
uno con su linterna de mano.
Se metieron en aquel agujero y enseguida vieron cómo
se ensanchaba la cueva.
No tardaron en salir, pues con aquella iluminación
poco veían, y en aquellas aguas el frío les
inmovilizaba. Fue su primera experiencia.
No contentos con los datos aportados por Miguel y Miguelín,
los ingenieros se pusieron en contacto al año siguiente
con experimentados espeleobuceadores franceses para hacer
un reconocimiento más profundo de la cueva.
Los franceses vinieron con unos equipos y unas técnicas
que llamaron la atención de Miguel.
Traían todo el equipo duplicado: dos botellas, dos
reguladores, cuatro focos montados en el casco, etc. hasta
un hilo guía en varios carretes.
Se metió en cueva uno y después el otro, pues
decían que preocuparse del compañero distrae
la atención de la seguridad propia, instalaron el hilo
guía y recorrieron unos 100 metros.
Afortunadamente no debieron encontrar condiciones para que
los ingenieros pudieran hacer ningún estropicio hidrológico.
Sin embargo, si causaron impresión en Miguel, quien
decidió que volvería a seguir el hilo guía
que los franceses no desinstalaron.
Poco después volvió con su hijo, recorrieron
el hilo hasta el final, empalmaron otro carrete y llegaron
hasta el final del sifón a unos 180 metros de la boca.
No se dieron cuenta de que el tiempo pasaba y que la gente
que les esperaba fuera se preocuparía. Pasaron dentro
cerca de una hora y al percatarse de ello salieron a la carrera.
Ya eran expertos espeleobuceadores. A pesar de que al entrar
a uno le falló un regulador y siguieron hacia dentro.
(Al mismo le falló el segundo al salir y tuvieron que
salir compartiendo la única monobotella que les quedaba
funcionando)
En el año 1998, con ocasión de una reunión
de buceadores en Cataluya, hicimos un cursillo de Buceo en
Cavernas, que nos abrió los ojos. Las técnicas
(por llamarlas de alguna forma) que nosotros habíamos
usado eran el ejemplo de lo que nunca se debe hacer. Afortunadamente
no nos había pasado nada porque apenas habíamos
practicado. ¡Pabernos matau!
Ahora, con los conocimientos mínimos del curso, alguna
experiencia más con gente que sí sabe de verdad,
leyendo libros y oyendo a gentes, ahora sí, tenemos
más claro dónde nos metemos, qué es lo
que necesitamos y cuáles son nuestras grandes limitaciones.
Hemos
vuelto a bucear a la cueva del Gorbea.
Ahora es diferente. La zona está declarada Parque Natural.
Conclusión: permisos y papeleos para realizar la actividad
y para poder entrar con un vehículo todoterreno evitando
un porteo inhumano.
Primer obstáculo salvado. Llegamos a la cueva, entramos
dos y vamos instalando el hilo guía y nos encontramos
restos del hilo viejo por todos los lados que intentamos recoger
y apartar. La visibilidad es bastante buena, pero todo el
fondo se encuentra tapizado por una película de fino
barro que se desprende para enturbiar el agua sin apenas tocarlo.
Al acabar el primer carrete de 100 m. Hemos consumido un tercio
del aire de uno de los equipos y nos damos la vuelta. No recogemos
el hilo pues nuestros compañeros entran seguido.
Pero nos damos cuenta de que en las maniobras de apartar el
hilo viejo hemos revuelto demasiado en esta cueva que si bien
es ancha, no tiene demasiada altura y en algún sitio
es inevitable el arrastrar por el fondo a la vez que pegas
con las botellas en el techo. Salimos y nuestros compañeros
entran con la misión de quitar el hilo viejo en su
totalidad.
Después
de un rato salen y nos comentan que no han podido recogerlo
todo porque la visibilidad se ha vuelto cero. Hay técnicas
especiales de natación mediante las cuales se levanta
menos polvo, pero entre que no las dominamos demasiado, tener
que andar desenredando trozos de hilo viejo pillados por las
piedras y que el sitio tampoco es el Caribe, pues barrizal
en los morros.
Un año después, vuelta a la movida de papeles
y permisos.
Ahora entramos tres y vamos apartando de nuevo los restos
de hilo viejo. A veces flota entre dos aguas alguna maraña
que recogemos como podemos. Cuando llegamos a los cien metros,
uno nos dice que salgamos, que no se encuentra bien.
Salimos y nos comenta que yuyu. Que no le enrolla nada nadar
con los hilos por ahí flotando por en medio de la cueva.
Tiene razón. Los otros dos volvemos a entrar, llegamos
a los cien metros, empalmamos nuevo carrete y seguimos sin
prisa pero sin pausa. Más adelante encontramos el carrete
que Miguel e hijo dejaron la primera vez y al poco tiempo
llegamos a la burbuja final.
Nos desequipamos y trepamos ente los bloques por los que cae
una cascada de agua.
No es muy difícil pero con el traje de bucear y sus
botas, se hace arriesgado y te juegas una caída que
aunque sea leve sería comprometida para el regreso.
Observamos que hay una galería arriba del todo que
tiene buena pinta. Nos han comentado que puede tener comunicación
con otra cueva más arriba, pero nos negamos a seguir
trepando en esas condiciones.
Volveremos, pero con material adecuado.
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