Ningún
espeleobuceador se quiere quedar ahí, y esta es una buena
razón para trazar mapas del riesgo. Pero antes del peligro
existe otra razón. Los picos presentan rutas alternativas,
en ocasiones al límite de lo impracticable, para coronar
el mundo. El mar vela sus caminos con cortinas de corrientes
que hablan de su misterio, su inmensidad y su unidad. Mas sólo
las entrañas de la tierra marcan su ruta: nos obligan
a ella. A veces este camino se halla inundado, y el espeleólogo
se torna en buceador. En la senda obligada, completamente a
oscuras, la vida del espeleobuceador pende literalmente de un
hilo que él mismo despliega siguiendo los dictados de
la tierra. Lo bueno y lo malo de este deporte es que siempre
existe un único y concreto más allá: se
conoce bien el camino, pero nunca del todo. En esto se parece
a la ciencia. A varios metros bajo el suelo, cinta métrica
en ristre, los espeleobuceadores del grupo pamplonés
Tritón palparon y midieron la garganta del manantial
de Riezu (Navarra). Con los datos que apuntaron en una simple
pizarra de plástico, estos espeleobuceadores acabaron
topografiando con extraordinaria precisión la ruta obligada.
Desde el sur, el manantial de Riezu parece un dragón
que avanza. El grupo de espeleobuceo Tritón tardó
desde junio hasta octubre de 2003 en recorrerlo. Paró
sólo cuando llegó al morro y topó con un
bloque empotrado de roca. Después Tritón, dio
la forma de topografía en tres dimensiones a la maraña
de números recogidos en cada inmersión. En esa
superficie donde no hay caminos obligados se halla el pueblo
estellés de Riezu, que todavía no sabe que a sus
pies habita un dragón. Pero, con sus topografías
únicas en España y casi en el mundo, los espeleobuceadores
de Tritón han señalado en qué punto del
lomo habrán de pinchar los habitantes de Riezu para extraer
su agua al dragón. Así pues, se podría
decir que la otra razón para trazar mapas de riesgo es
científica: conocer y aprovechar los recursos acuíferos.
Para conseguirlo, el espeleobuceo echa mano de la ciencia de
la sangre fría y del deporte de la curiosidad. Los buzos
de Tritón desobstruyen en estos momentos el manantial
de Riezu. Han visto que la galería sigue serpenteando.
Ciencia
de la sangre fría
El grupo de espeleobuceo Tritón conocía el manantial
de Riezu desde hace años, cuando se colaba por su boca
por el puro placer de llegar más y más lejos
en su cavidad. En 1998, sus miembros trazaron un primer boceto
topográfico de la galería. Algo muy básico,
una promesa de estudio. En 2002, Tritón se olvidó
de Riezu y dirigió sus miras a una surgencia de la
sierra de Aralar (Navarra), de gran importancia por su aportación
acuífera y un reto deportivo a causa de su complejidad.
Esta, fue una de las obsesiones del grupo Tritón y,
por eso tal vez, su primer objetivo topográfico. Después
de un año de inmersiones, Tritón presentó
al Departamento de Obras Públicas del Gobierno de Navarra,
que les había ayudado económicamente, un informe
que exhibía el primer levantamiento topográfico
en tres dimensiones que se realizaba en España.
En la complicada surgencia, los miembros de Tritón
tuvieron que lidiar, además de con los problemas que
acarrea la profundidad y el frío de sus aguas -llegó
a los 6º-, con la turbidez del manantial ese año.
En algunas inmersiones, los buzos no podían ver siquiera
la mano que les agarraba al hilo guía y, por tanto,
a su vida. El dragón de Riezu, en cambio, se mostró
pronto más amable. La profundidad no suponía
un problema porque, frente a los -58 metros que se alcanzaron
en Aralar, en Riezu no se llegó a estar ni a 15 metros
bajo tierra. El agua, además, facilitó
la inmersión con una temperatura de 12º. Pero,
sobre todo, la transparencia del manantial de Riezu permitía
que, con la ayuda de las antorchas y lámparas acopladas,
los buzos pudieran ver en todo momento el hilo guía:
9 mm de vida color blanco con unas flechas rojas y rígidas
que, además de la distancia recorrida, indicaban la
dirección de salida.
La relativa sencillez del manantial de Riezu, sin embargo,
no engañaba a los buzos de Tritón. Al fin y
al cabo, el espeleobuceo es la ciencia de la sangre fría
y el cálculo milimétrico del riesgo, por mucho
que el objetivo de esta inmersión fuera la topografía.
Riezu presentaba dos tramos -el inicial y el final- muy estrechos,
lo que aconsejó a los miembros de Tritón bucear
en configuración lateral. Además de esto, se
tomaron las medidas de seguridad habituales. En espelebuceo,
cada buzo lleva como mínimo doble fuente de aire. Dos
botellas con reguladores y manómetros independientes,
por si alguno de ellos fallara a causa de la presión,
el frío del agua o la simple fatalidad. Por otro lado,
portar tres linternas era lo mínimo porque Riezu resulta
tan negro como cualquier otro pozo. Y, como siempre, se calzaron
sus trajes secos de buceo, los más eficaces contra
el frío y la humedad. Sin ellos no se podrían
enfrentar a las inmersiones de entre una hora y dos horas
y media que iban a emprender armados con hilo guía,
una pizarra plastificada y un simple lápiz de madera
con el que sumar y restar las matemáticas del riesgo.
El
deporte de la curiosidad
Poseer un objetivo adicional no deportivo cambia las cosas.
Al menos, los métodos. Para empezar, el espeleobuceador
se obsesiona con la presa que desea topografiar. Entre el
3 de junio y el 12 de agosto de 2003, el grupo Tritón
realizó doce inmersiones. A esto hay que añadir
el tiempo invertido en la preparación de cada una de
estas salidas -logística, táctica, objetivos-;
el cálculo informático para la mezcla de; la
búsqueda de financiación -el Gobierno de Navarra
aporta más o menos la mitad de lo que gastan sólo
sobre terreno-, etc. Para seguir, el ya de por sí ordenado
espeleobuceador ha de redoblar su organización con
el fin de topografiar de forma precisa los contornos de la
gruta. Con el objetivo, en definitiva, de convertir su deporte
en algo más que curiosidad.
La meta es tomar ocho medidas que traducir en puntos que,
a su vez, lanzar al plano: distancia desde la flecha roja
del hilo guía hasta el techo; distancia hasta el suelo;
hasta la pared de la izquierda y hasta la derecha; y, por
último, los promedios o distancias diagonales, cuatro
en total. Después se unen los puntos resultantes y
ahí, en teoría, se halla dibujado el contorno
de la cavidad en una de sus coordenadas. Una teoría
bastante exacta. Cuando algún saliente inoportuno interrumpe,
los de Tritón lo miden con cuidado y también
lo plasman en la topografía.
Para conseguir estas ocho medidas, los miembros de Tritón
bucearon doce veces Riezu, y dividieron sus inmersiones en
tres grandes bloques con unos objetivos más que marcados.
El primero de ellos era retirar el antiguo hilo guía,
que estaba roto en numerosos puntos, y colocar uno nuevo y
firme. La razón, es simple: seguridad personal y científica.
Por eso el grupo Tritón dedicó todas las inmersiones
que hicieron falta para asegurar ese cabo de polietileno y
revisarlo palmo a palmo. Además de agarrarlo firmemente
a los salientes rocosos mediante gomas resistentes, los espeleobuceadores
habían cosido el hilo de flechas rojas. Tan sólo
cada 5 metros se podía encontrar uno de estos plastiquitos
triangulares con un número plasmado en él. Las
funciones de la flecha eran tres: indicar la penetración,
hacer de vértice para próximas mediciones y,
sobre todo, mostrar el camino a la luz incluso cuando no se
ve nada. La punta de estas flechas siempre encara la salida.
El 24 de junio, los espeleobuceadores variaron de objetivo:
con el hilo guía asegurado, tocaba ahora establecer
la dirección y la profundidad de la cueva. Es decir,
empezó la toma de datos para la topografía.
Se inició desde el morro del dragón, de dentro
a afuera, para no enturbiar el agua y -como siempre por motivos
de seguridad- buceó una pareja. El resultado no pudo
ser mejor. En apenas dos inmersiones, los buzos tenían
en sus manos la tríada de datos elementales: la distancia
a boca que indicaban las flechitas del hilo guía, el
rumbo que se tomó con brújulas digitales y analógicas
y, por último, la profundidad medida con profundímetros
digitales. Como les sobró tiempo y se sentían
ligeros de botellas, los miembros de Tritón aprovecharon
para desobstruir el final de la galería. Armados con
un gato hidráulico y palancas, los buzos ataron las
rocas que les impedían el paso a un globo hinchable.
Con su ayuda, trasladaron piedras de hasta 20 kilos: un trabajo
lento pero sin esfuerzo. Al menos, hasta que llegaron a un
punto en que se hizo evidente que no podían seguir
si no era rompiendo roca.
Antes de lanzarse al tercer gran objetivo, la toma de datos
para establecer el volumen de la cueva, Tritón anduvo
fotografiando y filmando el manantial; probando luces, técnicas
y cámaras para dejar memoria de lo imposible: de lo
que ni muchos de los más experimentados buzos verán.
Después llegaron las inmersiones más trabajosas,
aquellas dedicadas a establecer el perímetro de la
galería. Bajaron tres buzos como mínimo, y sólo
consiguieron cinco o seis tomas por cada hora de inmersión.
No en vano, en ese momento les tocaba tomar ocho medidas:
de la flecha a la pared, al suelo, a la derecha, a la izquierda
y las cuatro diagonales... Así sucesivamente. Dando
volumen, en fin.
En
un plano imaginario
Cuando preparaban la expedición a Riezu, el grupo Tritón
confeccionó una plantilla de variables. La plantilla
se pintó en la pizarra de plástico y otros datos
se introdujeron en el ordenador que, por duplicado, llevan
los buzos. Con el lápiz escolar se apuntaba: punto,
distancia, rumbo, profundidad, izquierda, derecha, techo,
suelo de la galería principal. Pero no sólo
de ella. Aunque las rutas de la tierra sean obligadas, las
entrañas del monte tienen preferencia por algunas.
Los espeleobuceadores de Tritón hallaron tres galerías
secundarias en el manantial de Riezu. Tras comprobar si no
hacían nada, si succionaban o aportaban agua, los buzos
midieron el caudal de las que aportaban con un juego de hilos
y colorantes. Y resultó que la tercera galería
secundaria es la que más agua dona a Riezu. Y la que,
en futuras inmersiones, Tritón seguirá con más
empeño.
Esta tercera galería se encuentra junto a la obstrucción
de roca. Es una suerte de embudo que baja casi en vertical.
Y aunque sólo sea una promesa, su arranque se encuentra
perfectamente dibujado, al igual que el de las otras dos galerías
secundarias en las topografías del grupo de espeleobuceo
Tritón. Fueron números de una plantilla que
los buceadores pasaron a un ordenador nada más recuperar
la luz y el aire libre, porque no en vano esas cifras eran
un pequeño tesoro: las coordenadas del riesgo. Más
tarde, el arquitecto del grupo, las convirtió en x,
y, z; y las lanzó con el programa Autocad a un universo
de planos infinitos e imaginaros. Uno y concreto, escondido,
el manantial de Riezu aguarda con su forma de dragón.
Espera una nueva exploración del grupo de espeleobuceo
Tritón quien, sin duda, lo visitará poniendo
como excusa el deporte y el pragmatismo -encontrar acuíferos-
cuando, en realidad, esa visita es eso y algo más:
la ciencia y la topografía del riesgo.
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