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TEXTO:
Montserrat Demestre & Raúl Torán
Aquellos que practican el submarinismo desde hace años se
habrán dado cuenta que la flora y fauna marina ya no son
lo que eran. Por ejemplo, cada vez es más difícil
localizar langostas o meros ¿Y esto a qué es debido?
Se debe a varias causas: la contaminación de nuestros mares;
la construcción de espigones que cambian la dinámica
de las corrientes; la propia explotación pesquera.
Las especies dependen del medio o hábitat en el que viven.
¿Puede la pesca modificar estos hábitats? ¿La
actividad pesquera actual podría acabar con una parte importante
de las especies comerciales?
Los artes de pesca lógicamente provocan perturbaciones a
las especies que explotan y a su biología, pero existen algunos
artes que, además, también afectan a los hábitats
bentónicos del fondo marino. Las perturbaciones en el ámbito
de la biología de las especies pueden ocasionar cambios en
su comportamiento reproductor, en su fecundidad o en su crecimiento.
Las físicas alteran, modifican y simplifican el medio del
que dependen las especies: su hábitat. La pesca puede llegar
a niveles muy altos de explotación alcanzándose una
sobreexplotación de los recursos. Esto puede desembocar en
situaciones extremas irreversibles para el recurso explotado, el
cual puede prácticamente desaparecer, cuando menos para la
pesca al no llegar a valores rentables para ser explotado. La presión
del impacto físico de la pesca, se deja notar especialmente
en el entorno costero, un medio muy vulnerable, en el cual las modificaciones
pueden crear situaciones complicadas para el hábitat, llegándose
incluso a situaciones no sostenibles para la propia comunidad costera.
La competencia entre las flotas pesqueras se ha basado en una carrera
de inversiones tecnológicas para conseguir una mayor potencia
y un mayor número de capturas. La explotación de los
recursos naturales, sin controles rigurosos de los niveles de extracción,
ha provocado la sobreexplotación y el colapso de muchos recursos
a escala mundial, como el bacalao en el Atlántico Norte,
la sardina de California o la anchoveta del Perú. En el Mediterráneo,
especies como la merluza o la anchoa se encuentran en unos niveles
de sobreexplotación muy preocupantes. A pesar de haber aumentado
la capacidad extractiva de las flotas pesqueras, el volumen de capturas
mundiales no ha aumentado, sino que su tendencia ha ido disminuyendo
desde principios de los años 90.
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Otro problema que conlleva la pesca es el descarte. Este corresponde
a la fracción de la captura que no se comercializa y que
es devuelta al mar, bien por su bajo interés comercial, bien
porque las especies están dañadas , o porque la talla
no es la comercialmente autorizada. Un porcentaje muy elevado de
estos organismos devueltos al mar no sobrevive, en determinadas
especies de peces puede llegar al 80%. La cantidad de captura descartada
no es nada despreciable, pudiendo alcanzar entre un 20 y un 50%
de la captura total, y varia en función de la especie comercial
objetivo, de la profundidad o de la estación del año.
El impacto de la explotación pesquera de las especies comerciales
también puede repercutir sobre terceras especies ocasionando
lo que se conoce como las capturas no deseadas o accidentales. Estas
capturas pueden ocasionar la mortalidad de especies como focas,
tortugas marinas o pájaros, todas ellas de una gran importancia
en el conjunto del ecosistema marino.
En el Mediterráneo el impacto más importante sobre
los fondos marinos es el ocasionado por arte de arrastre, y más
localmente el ocasionado por el rastrillo o rastro. El arrastre
modifica la estructura del fondo marino alterando y dispersando
el sedimento, a la vez que provoca una mortalidad añadida
a la de la captura al dañar o matar a los organismos sobre
los que pasa al ser arrastrado. El rastrillo provoca efectos similares
pero en zonas más costeras y cerca de las praderas de posidonias.
El impacto de la explotación pesquera vemos que recae tanto
sobre especies comerciales como no comerciales, que puede alcanzar
niveles de sobreexplotación y que puede alterar el hábitat
de los fondos marinos (o bentónicos), todo lo cual se traduce
en una perdida o disminución de la biodiversidad marina.
Toda la información que se dispone de las especies y comunidades
y de los fondos se ha de tener en cuenta a la hora de querer gestionar
y ordenar una pesquería. No se puede permitir que se capturen
ejemplares más pequeños de un determinado tamaño,
por debajo del cual se reproducen por primera vez, ni modificar
mediante la pesca en los lugares donde las especies van a reproducirse
o a alimentarse. Las alteraciones que la pesca provoca, manipulando
los ecosistemas y, en concreto, a las poblaciones explotadas, puede
poner en peligro, y de hecho ya lo hace, el propio recurso pesquero
y a la comunidad que dependa de él.
Para intentar eliminar o reducir al mínimo estos efectos
perturbadores de la pesca, muy especialmente controlando y gestionando
correctamente la explotación pesquera, se ha planteado a
escala mundial la necesidad de trabajar bajo el llamado "Principio
de precaución" (Fao, 1995), en el cual se asume que
las acciones humanas son en principio perjudiciales mientras no
se demuestre lo contrario y que se han de evitar los cambios que
potencialmente puedan ser irreversibles.
Si acabamos con nuestros recursos pesqueros y disminuimos la biodiversidad
marina, no podremos disfrutar del espectáculo de ver a bancos
de peces nadar cerca de nosotros, ni del sabroso sabor de ciertas
especies de peces y marisco.
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