La
Isla de Tenerife es uno de los máximos exponentes del turismo
poco respetuoso con el litoral. A pesar de utilizar las playas como
máximo reclamo turístico, la isla se encuentra acosada
por numerosos proyectos destructores del litoral y con una clara
repercusión negativa en la sociedad, la economía y
el medio ambiente. Al turismo masivo -descontrolado en algunos casos-
que se da en la isla, hay que añadir otros problemas, como
la contaminación de la costa por vertidos de aguas residuales
sin depurar que alteran el estado de las playas y alejan a esta
isla de un futuro sostenible. Sin embargo, una de las decisiones
más bochornosas tomadas por el Ministerio de Medio Ambiente
es la aprobación de la Declaración de Impacto Ambiental
que permite la construcción de un puerto industrial en Granadilla.
El proyecto de este puerto de dimensiones faraónicas carece
de cualquier justificación ambiental, a pesar de que el Ministerio
haya sabido encontrarla en la Resolución en la que autoriza
el proyecto como ambientalmente viable. Además tampoco tiene
ninguna justificación social o económica.
La realidad económica de las Islas Canarias muestra que el
80% de su riqueza proviene del turismo (frente al 11% de media nacional),
y que la aportación económica de las actividades portuarias
es de un 1%.
Este dato económico, que por su contundencia ya debería
hacer reflexionar a los promotores del proyecto, no es el único
que desaconseja el proyecto. La incidencia en el medio ambiente
será enorme, tal como lo ha reconocido la Unión Europea
que ha admitido a trámite varias quejas actualmente en estudio,
una de ellas presentada por Greenpeace.
Pobre
justificación
Según los promotores del proyecto, la necesidad del nuevo
puerto no es otra que el posible colapso del puerto
de Santa Cruz debido al crecimiento esperado del tráfico
marítimo. Pero la realidad dice que el tráfico de
mercancías sólo creció un 1% en el último
año, lo que contradice claramente la idea del colapso portuario.
Además, para acceder a nuevos tráficos portuarios,
el nuevo puerto deberá competir con los puertos de Tánger,
Agadir, Casablanca, Algeciras y Gran Canaria, lo que aleja aún
más la idea del colapso portuario vaticinado por los responsables
del proyecto del nuevo puerto.
La última certeza que nos ocultan es que el Puerto de Santa
Cruz podría ser ampliado, siempre que se demostrase la
necesidad real de dicha ampliación, con un coste muy inferior
tanto desde el punto de vista medioambiental, como social y económico.
Además este puerto está siendo descuidado sistemáticamente
por parte de la Autoridad Portuaria para justificar la necesidad
del puerto de Granadilla. Prueba de ello es que durante la última
década este puerto no ha sido objeto de medidas de mejora,
que lo mantendrían en buen estado y completamente funcional,
evidenciando lo innecesario de un nuevo puerto ubicado a 60 kilómetros.
Si se construye el Puerto de Granadilla se perderán 5 kilómetros
de costa en buen estado y de incalculable valor; playas y acantilados
naturales como Montaña Roja, Bahía de El Médano,
Playa Jaquita o Punta del Camello, entre otros. Hay que sumar
que al proyecto se destinarían 500 millones de euros de
fondos europeos para el desarrollo rural (fondos FEDER), fondos
que podrían servir para el desarrollo sostenible de la
isla. La calidad del agua cambiaría sustancialmente; el
propio Gobierno de Canarias reconoce el riesgo de contaminación
de las zonas de alrededor. Y es que a menos de 10 Km. del nuevo
puerto se ubican 4 núcleos turísticos y a 20 Km.
uno de los mayores complejos turísticos a nivel mundial:
Las Américas-Los Cristianos. Otra gran pérdida serían
los sebadales, bosques submarinos que albergan un gran riqueza
biológica y que constituyen un centro de cría y
refugio para numerosas especies de interés pesquero. Tampoco
se librarían de la presión del puerto los cetáceos,
representantes de uno de los mayores patrimonios de las Islas
Canarias. Todas estas pérdidas se derivan del Puerto de
Granadilla, por no hablar de los miles de puestos de trabajo que
se perderían en el Puerto de Santa Cruz o en la industria
turística.
Por todo ello Greenpeace rechaza de pleno la construcción
de este puerto. Es el momento de que todos los ciudadanos y, sobre
todo, los tinerfeños, expresen su rechazo a un proyecto
que sólo enriquecerá a unos pocos especuladores.
Islandia quiere volver a
cazar ballenas |
El buque Rainbow Warrior ha puesto rumbo a Islandia con el fin
de parar la caza de 38 rorcuales aliblancos, especie que las autoridades
de Islandia están planeando cazar bajo un programa de caza
cientÌfica. El Rainbow Warrior ha desviado su ruta
desde el Mediterráneo y tiene previsto llegar a aguas de
Islandia en 2 semanas. El primer viaje que el buque realizó
a Islandia para enfrentarse a la caza comercial de ballenas fue
en 1978. Greenpeace vuelve ahora para apoyar a los grupos locales
que temen que este sea el primer paso para reanudar la caza comercial
de ballenas. La industria turística de observación
de ballenas genera en Islandia importantes ingresos que se verían
seriamente amenazados por la caza de ballenas a gran escala. El
director ejecutivo de Greenpeace Internacional, Gerd Leipold,
que participó en la campaña para detener la caza
de ballenas en Islandia hace 25 años, regresa a Islandia
con el Rainbow Warrior para reunirse con grupos locales y discutir
posibles soluciones: La caza de ballenas forma parte del
pasado de la Islandia y asÌ debe permanecer. Algunos lo
lamentarán porque la caza de ballenas era una parte de
su historia. Nosotros no esperamos convencer a todo el mundo,
lo que Greenpeace espera es ser capaz de dar a los islandeses
la confianza para decir no para siempre a la caza de ballenas.