El término asma proviene del griego ásthma,
que significa anhelo, y fue descrito ya por Hipócrates
como “respiración frecuente, difícil,
y muy intensa, no acompañada por fiebre”.
El acceso asmático está caracterizado por
crisis de disnea que aparecen con más frecuencia
en las horas nocturnas, a veces sin causa aparente, mientras
que en otras está relacionado con la exposición
a los alergenos responsables de la enfermedad, en cuyo caso
se denomina asma alérgico.
Se trata de una enfermedad crónica. Las crisis asmáticas
se presentan con una intensa sensación de sofoco
y de necesidad de aire, como por ejemplo correr hacia la
ventana o desabrocharse la corbata. La persona adquiere
aspecto cianótico, pálido, bañado en
sudor, con los músculos respiratorios auxiliares
del cuello muy evidenciados. Su inspiración es breve,
mientras que por el contrario la espiración es muy
prolongada y ruidosa. Se presenta tos, primero seca, irritativa,
acompañada después por una expectoración
viscosa y no muy abundante. El acceso dura aproximadamente
entre 1 y 2 horas, y es característico el predominio
nocturno de los síntomas.
A nivel interno, lo que se produce durante el ataque es
la inflamación del revestimiento de las vías
aéreas y como consecuencia se genera mucosidad. Además,
se produce una vasoconstricción de la musculatura
lisa de la tráquea y los bronquiolos, lo cual conlleva
un acortamiento de la respiración e hiperventilación.
El origen del asma bronquial es la alergia a diversos productos,
pudiendo además, otros fenómenos, producir
empeoramiento. Por ejemplo, el estrés o nerviosismo,
el esfuerzo físico, cambios bruscos de temperatura,
olores fuertes, etc. Es poco probable que un solo factor
causal sea responsable de todas las alteraciones que acompañan
al asma, aunque, por supuesto, un agente concreto puede
ser el responsable de los síntomas en un momento
dado. A veces se puede demostrar que existe una reacción
antígeno-anticuerpo como desencadenante del proceso,
otras en cambio, no es posible detectar un antígeno
concreto como causa precipitante. Se sabe que antecedentes
de asma en la familia predisponen a la persona a padecer
la enfermedad.
Los chequeos físicos periódicos que incluyen
distintos exámenes como espirometrías o pruebas
para detectar alergias, pueden ayudar a diagnosticarlo correctamente.
Para controlar el asma, además de evitar los factores
desencadenantes de la crisis, existen distintos medicamentos,
algunos de alivio rápido ante la aparición
inmediata de síntomas y otros que producen un control
a largo plazo y que se deben tomar incluso si no se presentan
síntomas.
Si la persona es alérgica, el médico puede
recetarle antihistamínicos, medicamentos que minimizan
los efectos de la histamina que es una sustancia química
producida por el cuerpo durante la reacción alérgica.
Con ellos, por tanto, se reducen los síntomas de
la alergia. También se utilizan descongestionantes,
los cuales reducen la congestión nasal, y producen
vasoconstricción, disminuyendo como consecuencia
la cantidad de moco producido. Además, como también
se producen procesos de inflamación, se recetan antiinflamatorios,
como corticoesteroides, estabilizadores de los mastocitos
y antileucotrienos. Distintos tipos de broncodilatadores
también se utilizan para tratar el asma.
Todos estos medicamentos pueden tener efectos secundarios
o colaterales tales como somnolencia, sequedad de la boca,
nerviosismo, insomnio, aumento de la presión arterial,
cambios de peso, calambres, úlceras, etc., que deben
ser valorados por el especialista para analizar si suponen
contraindicaciones graves para el buceo.
Teóricamente,
es esperable que la práctica del buceo pueda provocar
broncoespasmo, y que el asma pudiera aumentar el riesgo
de barotraumatismos y reducir la capacidad física
para realizar ejercicio. Al producirse un acortamiento de
la respiración podría provocarse además
una hiperventilación. Además el riesgo de
embolia gaseosa se vería incrementado por la poca
elasticidad del tejido pulmonar, por lo que, en principio,
sería más fácil que se produjera una
rotura de pulmón en caso de sobreexpansión
pulmonar. Hasta hace muy poco tiempo los antecedentes de
asma suponían una contraindicación absoluta
para la práctica del buceo, aunque realmente no existen
datos que indiquen que las personas asmáticas tengan
más riesgos de accidentes de buceo.
Existe una cierta unanimidad de criterio por parte de los
expertos en asma, en cuanto a no recomendar la actividad
del buceo para aquellos asmáticos crónicos,
cuyos desencadenantes de fatiga respiratoria sean el ejercicio
físico, el frío o las emociones intensas.
Para aquellos pacientes cuyo único agente provocador
de la fatiga respiratoria es la alergia, la práctica
del buceo es factible siempre que tengan una funcionalidad
normal de los pulmones cuando vayan a bucear.
El asma, por tanto, ha dejado de ser una contraindicación
absoluta para la práctica del buceo pero es fundamental
que el asmático consulte con su especialista para
que valore su caso particular.
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