Su pasión por otra de sus aficiones, la política, llevó a Ramon Pujol a leer Terra Lliure, de les armes a les urnes el libro donde su autor, Oriol Malló, desgrana la historia de los activistas de la organización independentista, cuyos miembros acabaron ingresando en Esquerra Republicana de Catalunya. La banda armada fue fundada en 1978 y disuelta en 1991 tras cometer más de 200 atentados. Uno de los episodios narrados que más le llamó la atención al buceador aficionado fue precisamente "que la carabela de Colón fuera objetivo de los atentados" al tratarse de un símbolo de la opresión "española sobre los catalanes".
Atentado de Terra Lliure
Cuenta el cronista que por aquel entonces uno de los activistas de Terra Lliure con más ímpetu era Quel, un joven de Girona que se obcecó en destruir la nave cuya arboladura fue inaugurada por Francisco Franco, según titulaba La Vanguardia del 6 de octubre de 1952. A finales de 1986 el independentista gerundense intentó incendiarla sin éxito y lo volvió a intentar en dos ocasiones posteriores pero "la policía pudo desactivar el artefacto explosivo" por lo que Quel tuvo que huir desnudo perseguido por los agentes. Hasta el cuarto intento, el 23 de mayo de 1990, no logró su objetivo con un coctel molotov que destruyó el interior y parte de la cubierta de la nave. "Por si quedaban dudas" apunta Pujol "dos días después repitió el atentado" tal como plasmó este rotativo al día siguiente con el titular "Un cuarto atentado casi deja al puerto de Barcelona sin carabela de Colón".
El alto coste de la reparación, que por aquel entonces se cifró en 200 millones de pesetas, invalidó la restauración de lo que "al fin y al cabo era una réplica cinematográfica-turística" mantiene el buceador "sin ningún rigor histórico" que incluso "no hacía mucha gracia a los políticos locales ante la proximidad de los juegos olímpicos". Y ahí empezó la leyenda sobre el paradero de la carabela que durante años fue una estampa típica junto a Las Golondrinas del Port de Barcelona. Se rumoreó que la desmontaron, que la trasladaron a reparar a Kobe (Japón) o que la guardaron en un almacén municipal. Un misterio que ha conseguido desvelar Ramon Pujol.
El paradero de la Santa María
No le costó mucho al buceador de Arenys relacionar el episodio de los atentados y la posterior desaparición de la carabela con otros episodios marítimos locales. Se sabe que frente a las costas de Arenys de Mar "mientras la ley lo permitía" existía un cementerio de barcos hundidos" por lo que no es de extrañar que la reproducción de la Carabela siguiera el mismo final. "La remolcaron y la hundieron en secreto" apunta Pujol "a tres millas de la costa, a 30 metros de profundidad" en una zona sin determinar entre Arenys y Canet. "Al tratarse de una réplica de atrezzo" prosigue el buzo "no se hundió como un barco de verdad y quedó a medias aguas" sin acabar de tocar fondo, por lo que fue arrastrada por las corrientes marinas. Los cálculos náuticos así lo confirman ya que la hundieron en el punto donde los barcos pesqueros de arrastre de la zona evitan faenar "para no enganchar sus redes".
Fue precisamente a finales de los noventa cuando varios buceadores del Centro Submarinista de Calella recibían el encargo de dos armadores de Blanes y Arenys de Mar para rescatar sus redes atrapadas en un escollo submarino hasta aquel entonces no detectado por las sondas. "Cual sería la sorpresa de los buceadores al bajar y encontrarse con una carabela" cuenta Pujol, que a partir de aquel momento realizó varias inmersiones en la zona. "Parecía como si estuvieras rodando una película de Cousteau" recuerda. El inexorable paso del tiempo y la poca calidad de los materiales con la que se construyó la nave han convertido sus restos en un biotopo artificial que casi no permite desvelar que aquella masa submarina "plagada de bandas de peces" incrustada en un desfiladero marino frente al Far de Calella, es en realidad uno de los símbolos más odiados por los activistas de Terra Lliure y uno de los atractivos turísticos de la última década del Port de Barcelona.
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