TURISMO
TEXTO: Chano Montelongo
Ríos de peces en Palau Koon

Los idílicos y exóticos paisajes de Palau Koon, en el extremo sureste de la provincia indonesa de Las Molucas, son una premonición de los extraordinarios y saludables ecosistemas marinos que guardan celosamente sus aguas. A pocas millas de estas costas es habitual la presencia de ballenas, orcas, delfines, tiburones y enormes mantas diablo, pero el verdadero atractivo está en los arrecifes próximos a la costa donde la presencia de densos bancos de peces y de las míticas manadas de “búfalos del océano” (enormes peces loro de cabeza jorobada que viven en grandes grupos) hacen de esta isla un paraíso para el buceo. Esta inmersión bien podría estar en el ranking de las 10 mejores del mundo, si no llega a ser porque Palau Koon está situada en un lugar remoto de Indonesia, fuera de los circuitos habituales de buceo. Bienvenidos a un lugar llamado “Too Many Fish”.

 

Al décimo día de navegación a bordo de la goleta Ondina divisamos una hilera de diminutas islas, el punto geográfico donde el inmenso Mar de Banda da paso al Mar de Seram, una extensión de agua salpicada por miles de islas, cada cual más bella y exótica. Una de esas pequeñas ínsulas es Palau Koon, conocida mundialmente por su único punto de buceo bautizado como Too Many Fish (en cristiano: demasiados o muchísimos peces). Nunca un nombre tan pretencioso se ha quedado tan corto al intentar describir la riqueza marina que albergan un ecosistema marino.
Esta hilera de islotes corta el paso repentinamente al extenso Mar de Banda, provocando que éste, al intentar pasar al otro lado, provoque unas fuertes corrientes entre los estrechos que quedan entre las islas. Estos ríos de agua son la clave de todo: de la relativa visibilidad que reina en las profundidades y de los inmensos bancos de peces que, en algunos casos, podrían hasta provocar en el buceador un agobio claustrofóbico.

La corriente
La Ondina, tras fondear cerca de Palau Koon, bota las dos neumáticas con las que nos acercaremos hasta el punto de buceo, situado en el extremo sureste de la isla. La corriente pega fuerte en este lugar y, al encontrar un obstáculo (la isla), se divide en dos, una corriente recorre la isla por el lado derecho y el otro por el izquierdo. La clave es intentar conseguir llegar hasta el vértice justo donde la corriente se separa en dos. Ahí se produce una espacio muerto donde no existe corriente alguna, el lugar ideal para arrodillarse sobre la arena y disfrutar plácidamente del espectáculo. Las instrucciones son precisas: Nadie puede permanecer en superficie, porque la corriente le arrastraría lejos del lugar de inmersión, por lo que hay que caer al agua con el chaleco desinflado y con algo más de lastre del habitual para hundirse lo más rápidamente que permitan los oídos. El barquero dará la señal para dejarse caer una decena de metros antes del punto de destino, calculando que cuando consigamos llegar al fondo (unos 15 metros) la corriente ya nos ha empujado hacia el lugar que buscamos. Aunque parece complicado no lo es tanto y todo el grupo consiguió llegar hasta ese espacio muerto donde las corrientes no molestan. El fondo es una ladera no muy pronunciada donde se levanta un saludable arrecife de coral. Cada pareja de buceadores buscó pequeñas explanadas de arena para asentarse. Allí, de rodillas y mirando al azul, como si un espectáculo de cine o teatro se tratara, comenzó el show. La fuerte corriente que segundos antes nos arrastró hasta allí era perfectamente visible a nuestros ojos. Densos cardúmenes de jacksfish, fusileros, barracudas, atunes de aleta amarilla, entre los que se escondían tiburones de puntas blancas, meros, peces murciélago, etc, pasaban a toda velocidad, impulsados por la fuerte corriente, a derecha e izquierda de donde estábamos situados, tomando una de las dos vertientes de la pared. Durante más de 20 minutos, permanecimos quietos, arrodillados entre los bellos pináculos de coral, mirando al azul. Los ejemplares que surgían ante la vista se contaban por miles y, muchas veces, el banco de cirujanos que nadaba más cerca de ti, no dejaba ver a los pargos de rayas azules que estaban detrás. Una verdadera orgía de peces.
Cuando cada pareja creía conveniente, abandonábamos la posición estática e iniciábamos el recorrido hasta el punto establecido para que nos recogieran las neumáticas, en la parte posterior de Pulau Koon. Así que, nadábamos unos pocos metros hasta que la corriente nos atrapaba, nos mezclaba entre la numerosa fauna y nos arrastraba hacia el otro lado de la isla. Mientras volábamos sobre el arrecife, podíamos ver entre el coral a enormes rayas, numerosas morenas y algunas serpientes marinas. Incluso, nadando a contracorriente, con una tranquilidad pasmosa, nos tropezamos con un soberbio y despistado ejemplar de tiburón martillo.

Los últimos búfalos del arrecife
Al llegar al final del arrecife, cuando empezábamos a superar la isla de Koon, la pared se metía repentinamente hacia la derecha, quedando todo aquel lugar a refugio de la corriente. El escenario presentaba una arrecife de relieve bajo con amplias zonas de arena. Cuando nos disponíamos a consumir nuestros últimos minutos de inmersión, comenzamos a oír un extraño ruido ronco. Sonaba algo así como una manada de cuadrúpedos al galope. Detrás de los arrecifes descubrimos su origen. Se trataba de un banco de enormes loros gibosos o pez loro de cabeza jorobada (Bolbometopon muricatum), de más de un metro y medio de largo y de más de 80 kilos de peso cada uno. El sonido era producido por la demolición de coral al ser mordido por sus dientes en forma de pico de loro y ser después triturado por el impresionante molino de dientes farígeos de sus gargantas. Cuando advirtieron nuestra presencia, los cautos loros gibosos iniciaron la huída en perfecta formación, arrecife abajo. Sus enormes y deformes cuerpos amontonados recordaban a las legendarias manadas de los bisontes en las llanuras americanas, provocando, incluso, ruido y nubes de polvo a su paso. Sólo faltaba allí el mítico Bill Cody del Lejano Oeste lanzándose en pro de los últimos búfalos del arrecife.

Regulador del arrecife
Cada uno de estos peces consume entre 4 y 5 toneladas métricas de arrecife al año, la mitad de los cuales son de coral vivo y de la especie Acrópora, de crecimiento rápido, actuando así como elemento de equilibrio del ecosistema marino, ya que permite que otras variedades de coral de crecimiento lento dispongan de espacio para desarrollarse y no perecer en el intento. A pesar de que el loro giboso posee unas escamas grandes y duras de gran resistencia que, incluso, pueden desviar un arpón disparado a bocajarro, es una especie que está desapareciendo de casi todos los mares tropicales en los que habita. La carne de estos animales es aún muy apreciada para algunas poblaciones indígenas del sureste asiático. Así, han terminado por desaparecer de lugares como Guam, Fiji y Filipinas. Hoy, estas espectaculares manadas de búfalos marinos sólo pueden encontrarse en Layang Layang, Sipadán, Molucas y pocos sitios más.
La razón por la que estos bancos habitan en estos remansos de paz, entre fuertes corrientes, es porque en estos lugares pueden asegurar la conservación de la especie. Los loros de cabeza jorobada, al igual que otros peces como los napoleones, por ejemplo, desovan en áreas situadas en los márgenes del arrecife donde las corrientes se llevan las huevas lejos de allí y de todas las bocas hambrientas que habitan este ecosistema. Eso les da una oportunidad para que la especie perdure.
Nuestras inmersiones de Too Many Fish terminaron siempre observando a los numerosos cardúmenes de peces murciélago desfilando por el arrecife, entremezclándose con varias clases de peces cirujanos y bancos de fusileros. En pocos lugares del planeta, nunca se eligió un nombre tan acertado para una inmersión como en este lugar, en la zona más virgen y salvaje de Indonesia.

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