TEXTO & FOTOS: Chano Montelongo

TURISMO
Golondrinas sobre un volcán de coral


Una modesta sirena rompió por unos segundos el griterío de abordo y el pequeño ferry comenzó a separarse del muelle de hormigón. Por popa, el puerto de Playa del Carmen comenzó a hacerse más pequeño, mientras que por proa, podíamos apreciar como la diminuta silueta de la Isla de Cozumel comenzaba a agrandarse poco a poco. En ninguna de las cubiertas cabía un alma. Un gentío ruidoso se empeñaba en hacerse oír por encima del estridente sonido de los motores y de la moderada brisa marina que azotaba el exterior. Palabras en todos los idiomas y con todos los acentos se cruzaban como dardos sobre nuestras cabezas. Numerosas mexicanas de rasgos mayas, cargadas con bolsas de supermercado llenas de no sé qué, turistas orondos de piel pálida, con sus reglamentarios pantalones bermudas y calcetines hasta mitad de la pantorrilla, pero, sobre todo, buceadores jóvenes cargados con sus pesados equipos en busca de emociones inolvidables.

Hace más de mil años que los mayas hacían esta misma travesía, aunque en condiciones muy diferentes, utilizando sus pequeñas embarcaciones para cruzar el estrecho de apenas 12 millas que separa la península de Yucatán de la Isla de Cozumel. Y no lo hacían para bucear, como nosotros, sino en peregrinación, para llevar sus ofrendas a la diosa de la fertilidad, Ixchel, enfrentándose a las siempre fuertes corrientes y a un mar que con frecuencia se embravecía. La Isla de las Golondrinas, como se la conocía antaño, fue pisada por pies blancos por primera vez en 1518, cuando el conquistador Juan de Grijalba llegó a ella llevando consigo una serie de enfermedades que diezmaron la población maya autóctona en menos de un siglo. Luego, la isla quedó en el olvido hasta el siglo XIX, cuando empezaron a instalarse allí refugiados mayas y cubanos que se establecieron y crearon la base de una próspera economía basada en la agricultura. Hoy, el boom turístico la ha convertido en destino de vacaciones preferido por miles de turistas de otros países. Pero no se trata de un turismo cualquiera, ya que más de un 75% de los visitantes son buceadores. No es raro ver en temporada alta entre 40 y 50 embarcaciones cargadas de submarinistas dirigiéndose al sur de la isla, donde se encuentran las más famosas zonas de buceo.

Coral sobre lava
Cozumel es la más grande de las islas del Caribe mexicano. Es una enorme plataforma de coral construida sobre los restos de un antiguo y extinguido volcán. La base de la isla tiene la forma de una copa de champán, es decir, estrecha por su parte más profunda que, según asciende a superficie va ensanchándose progresivamente hasta formar la amplia plataforma coralina que rodea a la isla. Los puntos de buceo han sido bautizados con nombres sugerentes que buscan despertar la imaginación del turista: Barracuda, Paraíso, Chankanaab, Punta Tunich, Maracaibo, Yucab, etcétera, pero, en realidad, se trata de un único arrecife, el famoso Palancar, que recorre el fondo de la isla de norte a sur, casi sin interrupción. La transparencia de sus aguas y la riqueza de las formaciones coralinas atraen año tras año, y cada vez más, a buceadores de todo el planeta.
La fauna que puebla los fondos de Cozumel es muy abundante y variada, especialmente en las zonas de inmersión de aguas poco profundas, allí donde todavía la luz del sol llega con rabia, en la plataforma contigua a la costa. Predominan los grandes meros, las morenas verdes y moteadas, innumerables peces ballestas, peces mariposas, ángel, incluyendo el típicamente caribeño Isabelita Reina. También es fácil encontrar en los recovecos del arrecife de coral numerosos crustáceos como langostas o los grandes cangrejos rey, sin olvidar al que es la especialidad culinaria de la isla: el caracol o botuto. En Cozumel los hay a millares pero, afortunadamente están protegidos y hay una severa veda que limita su captura, aunque, como en todos sitios, los pescadores furtivos abundan también por estas aguas.

Seguir la corriente
En esta afortunada isla mexicana se puede bucear prácticamente todo el año sin problemas, con excepción de la temporada invernal en la que predomina un viento del norte que puede hacer el buceo incómodo algunos días. La temperatura anual de las aguas oscila entre los 22-24º C en enero y febrero y los 28-30º C en verano. Sin embargo, si hay algo que se debe de tener presente cuando se tenga previsto bucear en Cozumel es la corriente. Casi permanentemente existe una corriente de fuerte a moderada, que normalmente discurre de sur a norte, pero que, de repente y sin causa alguna aparente, invierte la dirección y se mueve en sentido contrario. Los días de corriente fuerte, es imposible detenerse a contemplar alguna cosa determinada, pues se acaba agotado a los pocos minutos de intentar mantenerse inmóvil sobre una zona concreta. Lo mejor es dejarse llevar, manteniendo únicamente la dirección para no dejarse arrastrar por la corriente, cuando ésta se mueve hacia mar abierto. En estos casos, los aficionados a la fotografía submarina lo tienen complicado, ya que apenas disponen de unos escasos segundos para encuadrar y disparar. Repetir la operación resulta casi imposible.
Prácticamente todas las inmersiones que se realizan en la isla se hacen siempre buscando el refugio del viento, es decir, en la costa oeste. Los arrecifes de coral rodean completamente toda la isla, pero el buceo se hace casi imposible en la parte este de la isla, la que está expuesta al oleaje y a las fuertes corrientes que producen los cambios de mareas. Precisamente, la existencia de estas corrientes - también presentes en la costa oeste, pero más moderadas- hacen que el agua en Cozumel sea siempre clara y limpia. Recuerdo el impacto que me supuso la primera vez que divisé movimientos de grandes bancos de túnidos a unos 50 metros de distancia, en el azul, en la inmersión conocida como La Garganta del Diablo. Aquí, la cantidad de peces es extraordinaria, incluso cuando los grandes pelágicos no se ven. Tanto en las zonas profundas o medias del arrecife se veían continuamente rayas de puntos azules, enormes águilas de mar nadando entre aguas, barracudas, jacks, tiburones grises de arrecife y puntas blancas. En el arrecife, en las grietas y bajo los salientes, es fácil encontrar a los tiburones nodriza descansando sobre su cama de arena o a enormes peces, familia de los meros, que aquí llaman chernas, de más de 200 kilos de peso. En las paredes, sobre el coral, crecen grandes abanicos de gorgonias e infinidad de especies de esponjas de todas las formas y colores, su presencia indica que hay suficiente materia orgánica suspendida en el agua para permitir su crecimiento.

Pared de Santa Rosa
Una de las inmersiones más afamadas de Cozumel es la llamada Pared de Santa Rosa, una meseta de coral situada entre los 10 y 12 metros de profundidad, que desciende verticalmente hacia el abismo. Este muro multicolor está atravesado de lado a lado por una especie de túneles no muy largos, por lo que es posible asomarse y apreciar el azul del mar del otro lado. La pared está cubierta por gorgonias, corales y esponjas, incluyendo la esponja de oreja de elefante y las de tubo amarillas. Sorprende el gran colorido que muestra esta inmensa explosión de vida. Sin duda, estos extensos jardines de coral son la máxima manifestación de vida variada, colorida y hermosa que existen en el planeta. Sus enrevesadas ramificaciones y la multitud de peces e invertebrados que habitan en el arrecife atraen poderosamente a los buzos que, año tras año, y cada vez en mayor número, acuden a Cozumel maravillados por tal esplendor. Afortunadamente, hoy los arrecifes cozumeleños gozan de una excelente salud. Cuando uno visita estos vitalistas y sorprendentes fondos marinos, comprende enseguida la frase tan oída cuando se pregunta por el buceo en esta isla: Cozumel es Cozumel, sin más.


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